[Officium] Die IV infra Octavam SSmi Cordis Jesu [Lectio1] Del Libro Primero de los Reyes. !1 Sam 10:17-19 17 Samuel convocó al pueblo ante Yahvé en Masfa, 18 y dijo a los hijos de Israel: “Así habla Yahvé, Dios de Israel: Yo os saqué de Egipto; Yo os he librado de la mano de los egipcios y de la de cuantos reyes os oprimieron; 19 y vosotros hoy rechazáis a vuestro Dios, que os ha librado de vuestros males y de vuestras aflicciones, y le decís: ¡No, pon sobre nosotros un rey! Presentaos ahora ante Yahvé por tribus y por familias.” [Lectio2] !1 Sam 10:20-24 20 Samuel hizo que se acercasen todas las tribus de Israel, y fue sacada la tribu de Benjamín. 21 Hizo acercarse a la tribu de Benjamín por familias, y salió la familia de Hammatri; e hizo acercar a la familia de Hammatri, por varones, y fue elegido Saúl, hijo de Quis. 22 Buscáronle, pero no le hallaron. Preguntaron entonces de nuevo a Yahvé: “¿Ha venido?” Y Yahvé respondió: “Está escondido entre los bagajes.” 23 Corrieron a sacarle de allí, y cuando estuvo en medio del pueblo, sobresalía de entre todos de los hombros arriba. 24 Samuel dijo al pueblo: “Aquí tenéis al elegido de Yahvé. No hay entre todos otro como él.” Y el pueblo se puso a gritar: “¡Viva el rey!” [Lectio3] !1 Sam 10:25-27 25 Entonces expuso Samuel al pueblo el derecho real y lo escribió en un libro, que depositó ante Yahvé; y despidió Samuel al pueblo todo, cada uno a su casa. 26 También Saúl se fue a su casa, a Gueba, acompañado de una tropa de hombres robustos, cuyos corazones había tocado Dios. 27 Sin embargo, algunos perversos decían: “¿Este va a salvarnos?” Y despreciándole, no le hicieron presentes. Él disimuló como que no entendía. [Lectio4] !De la Encíclica Miserentissimus Redemptor del Papa Pío XI. Toda la fuerza de la expiación pende únicamente del sacrificio cruento de Cristo, que por modo incruento se renueva sin interrupción en nuestros altares; “una y la misma es la Hostia, el mismo el que ahora ofrece mediante el ministerio de los sacerdotes que el que antes se ofreció a sí mismo en la cruz: sólo es diverso el modo de ofrecerse”; debe unirse con este augustísimo sacrificio eucarístico la inmolación de los ministros y de los otros fieles para que también ellos se ofrezcan como “hostias vivas, santas, agradables a Dios”. San Cipriano dice: “el sacrificio del Señor no se celebra con la santificación debida si no corresponde a la Pasión, nuestra oblación y sacrificio”. Y el Apóstol: “que llevando alrededor de nuestro cuerpo la mortificación de Jesús”, y con Cristo consepultados y complantados, a semejanza de su muerte, no sólo crucifiquemos nuestra carne con sus vicios y concupiscencias, “huyendo lo que en el mundo es corrupción de concupiscencia”, sino que “en nuestros cuerpos se manifieste la vida de Jesús”, y hechos participes de su eterno sacerdocio “ofrezcamos dones y sacrificios por los pecados”. [Lectio5] Pero ninguna fuerza creada era suficiente para expiar los crímenes de los hombres si el Hijo de Dios no hubiese tomado la humana naturaleza para repararla. Así lo anunció el mismo Salvador de los hombres por los labios del Sagrado Salmista: “Hostia y oblación no quisiste; mas me adaptaste cuerpo. Holocaustos por el pecado no te agradaron; entonces dije: heme aquí”. Y “ciertamente Él llevó nuestras enfermedades y sufrió nuestros dolores; fue herido por nuestras iniquidades”; y “llevó nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero; borrando la cédula del decreto que nos era contrario, quitándole de en medio y clavándole en la cruz; para que muertos al pecado, vivamos a la justicia”. Mas aunque la copiosa redención de Cristo abundantemente nos “perdonó nuestros pecados”; pero por aquella admirable disposición de la divina Sabiduría, según la cual ha de completarse en nuestra carne lo que falta en la Pasión de Cristo por su cuerpo, que es la Iglesia, aun a las alabanzas y satisfacciones “que Cristo ofreció a Dios en nombre de los pecadores”, podemos y aun debemos añadir también las nuestras. [Lectio6] Porque no sólo gozan de la participación de este misterioso sacerdocio y de este oficio de satisfacer y sacrificar aquellos de quienes Nuestro Señor Jesucristo se sirve para ofrecer a Dios la oblación inmaculada desde el oriente hasta el ocaso en todo lugar, sino que toda congregación cristiana, llamada con razón por el Príncipe de los Apóstoles “linaje escogido, real sacerdocio”, debe por sí y por todo el género humano ofrecer sacrificios por los pecados casi de la misma manera que todo sacerdote y Pontífice “tomado de entre los hombres, en favor de los hombres es constituido para todo lo que toca a Dios”. [Lectio7] Lección del santo Evangelio según San Juan !Jn 19:31-37 En aquel tiempo: Los judíos, como era día de Parasceve, para que los cuerpos no quedasen en la cruz el sábado, puesto que aquel era un sábado muy solemne, suplicaron a Pilato que se les quebrasen las piernas, y los quitasen de allí. Y lo que sigue. _ Homilía de San Lorenzo Justiniano, Obispo. !De la triunfal Pasión de Cristo, cap. 21 Juan, nº 3. Al acercarse los soldados a Jesús, viéndole ya muerto, no quebraron sus piernas, sino que uno de ellos le atravesó el costado de una lanzada y al punto salió de allí sangre y agua. Es realmente un prodigio grande e inaudito, el que de un cuerpo inanimado brotara sangre y agua. En esta circunstancia quiso Dios, en su sabiduría, someter a nuestra admiración un gran misterio: el de su unión con la Iglesia. Una figura de esta unión espiritual la vemos ya en Adán dormido, de una de cuyas costillas sacada de su costado, es formada Eva, madre de todos los hombres, figura, a su vez, de la Iglesia. Al mostrárnoslo, el Espíritu Santo significaba que un día vendría al mundo el verdadero Adán espiritual, plasmado por la virtud del Paráclito, y que de la sangre y el agua que brotarían de su pecho mientras dormiría en la cruz, se formaría su esposa radiante de hermosura, sin mancha ni arruga: la santa Iglesia. [Lectio8] En esta agua y en esta sangre vemos los sacramentos, por los cuales es lavado y fortificado todo el cuerpo de la Iglesia. El agua bautismal, santificada en virtud de la muerte de Jesucristo, la purifica de la mancha original; y por la eficacia de la sangre del Redentor, se le abren las puertas del cielo. Contribuyen ambas cosas a un mismo efecto, y de nada aprovecharía la una sin la otra para la salvación: nadie podría alcanzar la herencia de la felicidad venidera sin los sacramentos del bautismo y del perdón de los pecados. Esto es lo que confiesa la santa Iglesia en todo el orbe de la tierra, y lo confirma con muchos pasajes de las Sagradas Escrituras. Finalmente, el que vio que de Cristo manaba agua y sangre, dio de ello testimonio, y su testimonio es verdadero. Este es el Apóstol y Evangelista Juan, que con predilección fue amado por el Señor. [Lectio9] Todo esto ocurrió a fin de que se realizase lo que dice la Escritura: “No quebraréis ninguno de sus huesos”. El Señor había mandado a Moisés que no se rompiese hueso alguno del cordero inmaculado que se inmolaba para celebrar la Pascua. En Jesús, cordero inocentísimo, se cumplió la verdad de la figura. No quebraron sus piernas, como hicieron con los dos ladrones crucificados a su lado, sino que solamente abrieron su costado, con el fin de que se cumpliesen aquellas otras palabras que dicen: “Reconocerán a quien traspasaron”. El Señor quiso conservar en su cuerpo las cicatrices de sus llagas, para que constituyeran para los réprobos un testimonio irrefragable de condenación, así como constituyen para los elegidos un incentivo inagotable de amor. Todos estos misterios realizados en Jesucristo habían sido anunciados mucho antes por los Profetas, para robustecer la fe católica a los ojos de los fieles y contra los errores de los herejes. &teDeum