[Officium] Octava Sanctissimi Corporis Christi [Lectio4] Sermón de San Cirilo, Obispo de Jerusalén. !Catequesis Mystagógica, 4. La sola doctrina del bienaventurado Pablo me parece que basta sobradamente para comunicaros una fe cierta en estos sagrados misterios de que habéis sido hechos dignos, los cuales han hecho de vosotros seres que tienen con Jesucristo, por decirlo así, un mismo cuerpo y una misma sangre. San Pablo nos recuerda “que el Señor Jesús, la noche misma en que había de ser entregado, tomó el pan, y, dando gracias, lo partió y lo dio a sus discípulos diciendo: Tomad y comed; éste es mi cuerpo. Tomando luego el cáliz, y dando gracias, añadió: Tomad y bebed; ésta es mi sangre.” Ahora bien, si al partir el pan, dijo claramente: Este es mi cuerpo, ¿quién se atreverá a vacilar en su fe? Y si dijo de una manera positiva: Esta es mi sangre, ¿quién jamás podrá dudar de ello y decir que no es su sangre? [Lectio5] En otro tiempo, en Caná de Galilea, cambió el agua en vino (el vino tiene cierta semejanza con la sangre), ¿y juzgaríamos poco digno de Él el creer que cambió el vino en su sangre? Invitado a unas bodas terrenales, hizo aquel milagro, que asombró a todos los convidados; ¿y no tendríamos una convicción mucho más firme de que puso a nuestra disposición su cuerpo y su sangre, para que los tomemos con entera certeza como su propio cuerpo y su propia sangre? Porque bajo la especie del pan, nos da su cuerpo, y bajo la especie de vino, nos da su sangre; de suerte que, cuando comes el cuerpo y cuando bebes la sangre de Jesucristo, participas realmente de su cuerpo y de su sangre. Así es como nos convertimos realmente en cristíferos, es decir, en portadores de Jesucristo en nuestras personas, cuando hacemos pasar a nuestros miembros su cuerpo y su sangre; así es según el bienaventurado Pedro, “como nos hacemos participantes de la naturaleza divina”. [Lectio6] Jesucristo les decía a los judíos: “Si no comiereis la carne del Hijo del hombre, y no bebiereis su sangre, no tendréis vida en vosotros”. Como no entendieron espiritualmente estas palabras, se retiraron ofendidos, imaginándose que los exhortaba a comer trozos de carne humana. El mismo Antiguo Testamento tenía panes de proposición; como pertenecían al Antiguo Testamento, desaparecieron con él. En el Nuevo Testamento tenemos un pan celestial y un cáliz de salud, que santifican el alma y el cuerpo. Siendo estas sagradas cosas el cuerpo y la sangre de Jesucristo, te ruego que no las mires como si fueran pura y simplemente pan y vino. Digan lo que quieran los sentidos, tranquilícese tu fe. No juzgues por el gusto, sino que la fe, no dejando subsistir duda alguna, te infunda la certeza absoluta de que tienes el honor de participar del cuerpo y de la sangre de Jesucristo. [Lectio7] Lección del Santo Evangelio según San Juan !Jn 6:56-59 En aquel tiempo: Dijo Jesús a las turbas de los judíos: Mi carne verdaderamente es manjar, y mi sangre verdaderamente es bebida. Y lo que sigue. _ Homilía de San Cirilo, Obispo alejandrino. !Libro 4 sobre San Juan, cap. 17. “Quien come mi carne y bebe mi sangre -dice Jesucristo- en mí mora, y Yo en él”. En efecto, del mismo modo que si vertemos en la cera en fusión otra cera, ocurre necesariamente que la una se mezcla del todo con la otra, así, quien recibe la carne y la sangre del Señor, se une con Él tan íntimamente, que Jesucristo reside en él, y él mismo reside en Jesucristo. “El reino de los cielos -dice San Mateo- es semejante a la levadura que cogió una mujer y la mezcló con tres sacos o celemines de harina”. Como “un poco de levadura -dice San Pablo- hace fermentar toda la masa”, del mismo modo, una pequeña eulogia atrae hacia ella al hombre entero y le llena de su gracia; de esta manera Jesucristo permanece en nosotros, y nosotros en Jesucristo. [Lectio8] Si queremos alcanzar la vida eterna, si deseamos poseer en nosotros al dispensador de la inmortalidad, corramos con afán a recibir la divina eulogia, y procuremos que el diablo, tendiéndonos sus lazos, no nos detenga por un temor perjudicial a nuestras almas. Pero dirá alguno: está escrito que “quien come y bebe indignamente este pan y este cáliz, come y bebe su propia condenación”. Por consiguiente, me examino a mí mismo, y me hallo indigno. Tú, que hablas así, ¿cuándo, pues, serás digno? ¿cuándo irás a presentarte a Jesucristo? Porque eres indigno a causa de tus pecados, y si continuamente pecas (¿quién conoce todos sus yerros? dijo el Salmista) por siempre jamás serás privado de esta vivificante santificación. [Lectio9] Te conjuro, pues, a que tengas santos pensamientos, te apliques a llevar una vida pura, y participes de la comunión, la cual, créeme, no sólo aparta de nosotros la muerte, sino también las enfermedades. Porque Jesucristo, cuando mora en nosotros, reprime la fuerza rebelde de nuestros miembros, fortalece la piedad, extingue las pasiones en el alma, cura las enfermedades, rehace y reanima los corazones quebrantados, y como el buen pastor que da la vida por sus ovejas, nos levanta de todas nuestras caídas. &teDeum