[Ant 1] El joven Samuel * servía a Dios en presencia de Elí, y la palabra del Señor era para él de gran valor. [Lectio1] Del Libro Primero de los Reyes !1 Sam 4:1-3 1 Sucedió por entonces que los filisteos se reunieron para hacer la guerra a Israel. Israel salió al encuentro de los filisteos para combatir. Acamparon cerca de Eben-Ezer, y los filisteos estaban acampados en Afec. 2 Habiendo presentado batalla los filisteos contra Israel, se empeñó el combate, e Israel fue derrotado por los filisteos, que mataron en el combate, en el campo, unos cuatro mil hombres. 3 El pueblo se recogió en el campamento, y los ancianos se preguntaron: “¿Por qué nos ha derrotado Yahvé hoy ante los filisteos? Vamos a traer de Silo el arca de la alianza de Yahvé, para que esté entre nosotros y nos salve de la mano de nuestros enemigos.” [Lectio4] Sermón de S. Juan Crisóstomo. !Hom. 60 al pueblo de Antioquía. Puesto que el Verbo dijo: “Este es mi cuerpo”, aceptemos sus palabras, creamos en ellas y contemplémosle con los ojos del espíritu. Porque Jesucristo no nos dio nada sensible, sino que, bajo cosas sensibles, nos lo dio todo a entender. Lo mismo hay que decir del bautismo, en el cual, por una cosa enteramente sensible, el agua, se nos confiere el don; espiritual es la cosa realizada, a saber, la regeneración y la renovación. Si no tuvieras cuerpo, nada corporal habría en los dones que Dios te hace; mas porque el alma está unida al cuerpo, te da lo espiritual por medio de lo sensible. ¡Cuántos hay actualmente que dicen: Quisiera verlo a Él mismo, su rostro, su vestido, su calzado! Pues bien le ves, le tocas, le comes. Deseas ver su vestido; mas helo ahí a Él mismo, permitiéndote, no solamente verle sino también tocarle, comerle y recibirle dentro de ti mismo. [Lectio5] Nadie, pues, se acerque con repugnancia o con indiferencia; lléguense todos a Él ardiendo en amor, llenos de fervor y de celo. Si los judíos comían de pie el cordero pascual, calzados, empuñando el bastón con presura, ¡con cuánta mayor razón debes practicar aquí la vigilancia! Los judíos estaban entonces a punto de pasar de Egipto a Palestina; por ello, adoptaban la actitud de viajeros. Pero tú debes emigrar al cielo; por lo cual debes velar siempre, pensando cuán grande es el suplicio que amenaza a los que reciben indignamente el cuerpo del Señor. Piensa en tu propia indignación contra el que traicionó y los que crucificaron al Salvador; procura, pues, por tu parte, no hacerte reo del cuerpo y de la sangre de Jesucristo. Aquellos desventurados dieron la muerte al santísimo cuerpo del Señor, y tú lo recibes con el alma impura, después de tantos beneficios como te ha otorgado. No contento con hacerse hombre, con verse abofeteado, crucificado, el Hijo de Dios quiso además unirse a nosotros, de tal suerte que nos convertimos en un mismo cuerpo con Él, no solamente por la fe, sino efectivamente y en realidad. [Lectio6] ¿Quién, pues, debe ser más puro que el participante de semejante sacrificio? ¿Qué rayo de sol no deberá ceder en esplendor a la mano que distribuye esta carne, a la boca que se llena de ese fuego espiritual, a la lengua que se enrojece con esa terrible sangre? Piensa en el gran honor que recibes y en la mesa de que participas. Aquello que los ángeles miran con temblor, aquello cuyo radiante esplendor no pueden resistir, lo convertimos en alimento nuestro, nos unimos a ello, y llegamos a formar con Jesucristo un solo cuerpo y una sola carne. ¿Quién podrá contar las obras del poder del Señor, ni pregonar todas sus alabanzas? ¿Qué pastor dio jamás su sangre para alimentar a sus ovejas? ¿Qué digo, un pastor? Hay muchas madres que entregan a nodrizas extrañas los hijos que acaban de dar al mundo; pero Jesucristo no procede así; nos alimenta por sí mismo con su propia sangre, nos incorpora absolutamente a Él. [Lectio7] Lección del santo Evangelio según San Lucas !Lc 14:16-24 En aquel tiempo: Propuso Jesús a los fariseos esta parábola: Un hombre dispuso una gran cena, y convidó a mucha gente. Y lo que sigue. _ Homilía de San Gregorio, Papa. !Homilía 36 sobre los Evangelios. Entre las delicias corporales y las espirituales hay esta diferencia: las corporales, antes de gozarlas, despiertan un ardiente deseo; mas después de gustarlas causan hastío. Las espirituales, por el contrario, causan hastío mientras no se han gustado; mas después de gozarlas se despierta el apetito de las mismas; y son tanto más apetecidas por el que las prueba, cuanto mayor es el apetito con que las gusta. En aquéllas, el deseo agrada, mas la posesión desagrada; éstas, en cambio, apenas se desean, mas su posesión es sumamente agradable. En aquéllas, el apetito engendra la saciedad y la saciedad produce el hastío; pero en éstas, el apetito engendra también la saciedad, mas la saciedad produce apetito. [Lectio8] Las delicias espirituales al saciar el alma fomentan su apetito, porque cuanto más se percibe el sabor de una cosa, tanto mejor se la conoce, por lo cual se la ama con mayor avidez; por esto, cuando no se han experimentado no pueden amarse porque se desconoce su sabor. ¿Quién, en efecto, puede amar lo que no conoce? He ahí por qué dice el Salmista: “Gustad y ved cuán suave es el Señor”. Como si dijera abiertamente: No conoceréis su suavidad si no la gustáis; pero tocad con el paladar de vuestro corazón el alimento de vida, para que, experimentando su suavidad, seáis capaces de amarle. El hombre perdió estas delicias cuando pecó en el Paraíso; salió de él cuando cerró su boca al alimento de eterna suavidad. [Lectio9] De aquí proviene que, habiendo nacido en las penas de este destierro, lleguemos aquí abajo a tal hastío, que ya no sabemos lo que debemos desear. Esta enfermedad del hastío se aumenta tanto más en nosotros cuanto más el alma se aleja de este alimento lleno de suavidad. Llega hasta el punto de perder todo apetito por esas delicias interiores, a causa precisamente de haberse mantenido alejada de ellas, y haber perdido de mucho tiempo atrás el hábito de gustarlas. Es, pues, nuestro hastío el que hace que nos debilitemos; es esa funesta y prolongada inanición la que nos agota. Y, por cuanto no queremos gustar interiormente la suavidad que se nos ofrece, preferimos, insensatos, el hambre a que nos condenan las cosas externas. &teDeum