[Ant 1] Mira, Señor, * cómo ha quedado asolada la ciudad tan rica en otro tiempo; cómo está abatida por la tristeza la señora de las naciones; no hay quien pueda consolarla sino Tú, oh Dios nuestro. [Lectio1] Del Profeta Ezequiel !Eze 21:1-5 1 Y me habló el Señor, diciéndome: 2 Hijo de hombre, vuelve tu rostro hacia Jerusalén y habla contra los santuarios, y profetiza contra la tierra de Israel. 3 Y dirás a la tierra de Israel: Esto dice el Señor Dios: Mira que yo vengo contra ti, y desenvainaré mi espada, y mataré en ti al justo y al impío. 4 Y por cuanto he de matar en ti al justo y al impío, por eso saldrá mi espada de su vaina contra todo hombre, desde el Mediodía hasta el Septentrión, 5 a fin de que sepan todos que Yo el Señor he desenvainado mi irresistible espada. [Lectio2] !Eze 21:6-11 6 Pero tú, oh hijo de hombre, gime con quebrantamiento de lomos, gime en la amargura de tu corazón, a vista de éstos. 7 Y cuando te pregunten: ¿Por qué gimes? responderás: Por la nueva que corre: porque viene el enemigo, y desmayarán todos los corazones, y desfallecerán todos los brazos, y decaerán los ánimos de todos, y todas las rodillas darán una contra otra de puro miedo. 8 He aquí que llega tu ruina, y se efectuará, dice el Señor Dios. 9 Y hablome el Señor, diciendo: Profetiza, oh hijo de hombre, y di: Esto dice el Señor Dios: Di: La espada está aguzada para degollar las víctimas, y bruñida a fin de que reluzca. 10 Tú que abates el cetro de mi hijo, tú cortarás cualquiera otro árbol. 11 Yo la di a afilar para tenerla a la mano. Aguzada ha sido esta espada, acicalada ha sido ella para que la empuñe el matador. [Lectio3] !Eze 21:12-15 12 Grita y aúlla, oh hijo de hombre, porque esta espada se ha empleado contra mi pueblo, contra todos los caudillos de Israel, que habían huido. Entregados han sido al filo de la espada, junto con mi pueblo; date, pues, con tu mano golpes en el muslo. 13 Porque espada es ésta probada ya, y cuando habrá destruido el cetro, el cual no existirá más, dice el Señor Dios. 14 Tú, pues, oh hijo de hombre, vaticina, y bate una mano con otra. Y redóblese y triplíquese el furor de la espada homicida. Esta es la espada de la gran mortandad, que hará quedar atónitos a todos, 15 y desmayar de ánimo, y multiplicará los estragos. [Lectio4] De la Exposición de San Jerónimo, Presbítero, sobre el Profeta Ezequiel. !Libro 7 sobre Ezequiel, cap. 21. Ezequiel había dicho a Dios: “He aquí lo que dicen ellos de mí: ¿Acaso no habla éste en parábolas?” Mas el pueblo reclamaba una explicación clara; lo que el Señor había indicado sirviéndose de metáforas o parábolas, o de proverbios, lo expresa ahora el Profeta con más claridad: los bosques de Nageb, de Darom y de Temán representan Jerusalén, su Templo, el Santo de los Santos y todo el país de Judea; la llama que debe consumir el árbol significa una espada exterminadora, desenvainada para matar al justo y al impío, o sea, al árbol verde y al árbol seco, a que se referiría nuestro Señor: “Pues si al árbol verde le tratan de esta manera, ¿qué harán con el árbol seco?” [Lectio5] Dios había dicho a Ezequiel: “Hijo del hombre, vuelve tu rostro hacia el Mediodía, y haz que fluya tu palabra hacia el lado del ábrego, y vaticina contra el bosque de la campiña del Mediodía”. El pueblo no entendía estas palabras oscuras; el Profeta explica: el bosque del Mediodía es Jerusalén; los árboles estériles a cuya raíz está ya aplicada la segur, son los habitantes de la ciudad; y el incendio es la espada exterminadora. Manda Dios al Profeta que si el pueblo no le pregunta por qué ha profetizado semejantes cosas, provoque él las preguntas, para responder lo que Dios le ha dado a entender. [Lectio6] Empieza a llorar, -le dice el Señor- laméntate, no con voz débil y con dolor moderado, sino “con quebrantamiento de lomos”, que tus gemidos procedan de tus entrañas, y de la inmensa amargura de tu corazón. Lo harás delante de ellos, para que te pregunten la causa de tan dolorosos gemidos, y puedas responderles hablando en mi nombre: Me lamento, y no puedo ocultar la tristeza de mi alma, porque veo que se cumple lo que oí. Viene amenazador el ejército furibundo de los babilonios. En cuanto ponga cerco a Jerusalén, todos los corazones serán presa del desaliento, y temblarán inermes todas las manos, y el espanto se apoderará de los espíritus, y no habrá quien se atreva a resistir.