[Officium] S. Joannis a Cruce Confessoris et Ecclesiæ Doctoris [Name] Juan [Oratio_] Oh Dios, que hiciste a tu santo confesor y doctor Juan preclaro amante de la Cruz y de la propia abnegación: concédenos que perseverando siempre en su imitación, alcancemos la gloria eterna. $Per Dominum [Oratio] @:Oratio_ (sed rubrica tridentina) @:Oratio_:s/ y doctor// [Lectio4] Juan de la Cruz, nacido en Fontiveros, España, de padres devotos, mostró ya desde su infancia cuán grato llegaría a ser a la Virgen Madre de Dios; ya que, habiendo caído a los cinco años en un pozo, sostenido por la mano de María, salió de allí sano y salvo. Ardiendo en deseos de sufrimiento, a los 9 años, renunciando al lecho, solía acostarse sobre sarmientos. Ya adolescencte, se consagró al servicio de los enfermos pobres en el hospital de Medina del Campo, siendo tal su caridad, que estaba siempre dispuesto a prestarles los servicios más humillantes, lo cual estimulaba a los demás a poner mayor celo en los actos semejantes de caridad. Llamado a una vocación más sublime, ingresó en la Orden de la Santísima Virgen María del Monte Carmelo, en la cual, ordenado de sacerdote por obediencia, y movido de deseos de practicar una disciplina más severa y una vida más austera, obtuvo licencia para seguir la regla primitiva de la Orden. Entonces, inspirándose en el recuerdo de la Pasión del Señor, se declaró a sí mismo la guerra, como al peor enemigo, llegando en poco tiempo, mediante sus vigilias, ayunos, disciplinas y todo género de maceraciones, a crucificar su propia carne junto a sus vicios y apetitos, y a merecer que Santa Teresa le tuviera como una de las almas más puras y santas que ilustraban a la sazón a la Iglesia de Dios. [Lectio5] Armado con la fuerza que le comunicaba la singular austeridad de su vida y la práctica de todas las virtudes, y entregado a la asidua contemplación de las cosas divinas, experimentó con frecuencia admirables éxtasis; consumíase en una llama tan viva de amor de Dios, que no pudiendo a veces mantenerse ocultos sus ardores, salían al exterior y resplandecían en su semblante. Solícito de la salvación del prójimo, se entregába Juan a la predicación de la palabra divina y a la administración de sacramentos. Tales merecimientos, unidos a su deseo de promover una más estricta disciplina, le valieron el ser dado por Dios como auxiliar a Santa Teresa, para restablecer entre los religiosos la primera observancia del Carmelo que ella había restablecido entre las religiosas de esta Orden. Para llevar a cabo esta obra divina, tuvo que soportar, igual que la Santa, muchas fatigas, visitando, sin arredrarse ante privaciones ni peligros, cada uno de los monasterios levantados por los desvelos de esta santa Virgen en toda España, haciendo que floreciera en estas casas, y en las que él mismo fundó, la nueva observancia, y afianzando esta observancia con sus palabras y ejemplos. Con mucha justicia los Carmelitas descalzos reformados le consideran, después de Santa Teresa, como el maestro y padre de su Orden. [Lectio6_] Permaneció siempre virgen, y cuando algunas mujeres desvergonzadas intentaron engañar a su modestia, no solo las frustró, sino que las obtuvo para Cristo. A juicio de la Sede Apostólica, enseñó tanto sobre Dios como Santa Teresa, explicando los misterios ocultos de Dios, y escribió libros de teología mística llenos de sabiduría celestial. Cristo una vez le preguntó qué recompensa tendría por tanto trabajo; a lo cual él respondió: Señor, padecer y ser despreciado por tu causa. Era muy famoso por su poder sobre los demonios, a quienes a menudo echaba de los cuerpos de los posesos, por los dones de discernir espíritus, profecía y por sus eminentes milagros, a pesar de lo cual era muy humilde, y muchas veces suplicaba al Señor que muriera en algún lugar donde no se le conociera. De acuerdo con su oración, fue enviado a Úbeda, donde durante tres meses el Prior lo encarceló y lo maltrató cruelmente durante su última enfermedad. Para coronar su amor al sufrimiento, llevaba cinco llagas purulentas abiertas en su pierna, soportándolas con devota paciencia. Por fin, el 14 de diciembre del año 1591, en el día y en la hora anunciada por él mismo, tras haber recibido los sacramentos de la Iglesia, y abrazado a la imagen del Salvador crucificado, que siempre había tenido en su corazón y su boca, pronunció las palabras: En tus manos encomiendo mi espíritu, y se durmió en el Señor. Cuando murió, su alma fue recibida en una gloriosa nube de fuego, mientras su cuerpo exhalaba un suave perfume; permanece incorrupto, y es celebrado con gran honor, en Segovia. Famoso por muchos milagros tanto antes como después de su muerte, Benedicto XIII le inscribió entre los Santos, y Pío XI le proclamó Doctor de toda la Iglesia. [Lectio6] @:Lectio6_ (sed rubrica tridentina) @:Lectio6_: s/\, y P.*/./ [Lectio94] Juan de la Cruz nació en Fontiveros, España, de padres muy religiosos. Desde temprana edad se hizo evidente cuán querido sería de la Virgen Madre de Dios, pues, a la edad de 5 años cayó en un pozo y se salvó porque Nuestra Señora lo sustuvo con sus propias manos. De joven se ofreció para servir en el hospital de los pobres en Medina del Campo. Luego entró en la orden Carmelita y tuvo que someterse a la obediencia y ser ordenado sacerdote. Observó la antigua regla de la Orden. Debido a su amor por un gobierno monástico más severo, fue colaborador, por el designio de Dios, de Santa Teresa, quien lo consideró como una de las mejores y más nobles personas que la Iglesia de Dios tenía en aquellos tiempos, para propagar la observancia de la regla primitiva entre los frailes. Puesto que había trabajado mucho y sufrido por esta reforma, Cristo le preguntó qué premio deseaba por tanto esfuerzo; él respondió: ¡Señor, sufrir y ser despreciado por tu causa! Escribió obras de misticismo llenas de sabiduría celestial. Después de soportar con valor una enfermedad muy dolorosa, murió en Úbeda, en 1591, a los 49 años de edad. Pío XI, por indicación de la Congregación de los Ritos, lo declaró Doctor de toda la Iglesia. &teDeum