[Officium] S. Andreæ Avellini Confessoris [Oratio] Oh Dios, que inspiraste a San Andrés Avelino el difícil voto de adelantar cada día en la virtud para así ascender hacia Ti; concédenos, por sus méritos e intercesión, la gracia de hacer siempre lo más perfecto para llegar felizmente a tu gloria. $Per Dominum [Lectio4] Andrés Avelino, llamado antes Lancelote, nació en un pueblo llamado Castronuovo, en Lucania. Desde niño dio indicios de su futura santidad. En su adolescencia hubo de ausentarse de la casa paterna para dedicarse al estudio de las letras, y en edad peligrosa de la vida, procuró no perder nunca de vista el temor de Dios: principio de toda sabiduría. Unió a su belleza física, un gran amor a la castidad, que le movió a librarse de las asechanzas de las mujeres impúdicas. Adscrito muy pronto a la milicia clerical, se dirigió a Nápoles para estudiar el derecho, obteniendo el título de doctor. Habiendo sido elevado al sacerdocio, ejerció la abogacía sólo en el fuero eclesiástico y en favor de algunos particulares, como preceptúan los sagrados cánones. Más como cierto día, al defender un pleito, profirió una mentira leve, y habiendo abierto la Sagrada Escritura, leyera las siguientes palabras: La boca mentirosa mata el alma, fue tanto el dolor que le causó su falta, que resolvió abandonar inmediatamente su profesión. Entonces se consagró al culto divino y a los sagrados ministerios, en los que mereció, por sus plecaros y eminentes ejemplos en todas las virtudes eclesiásticas, que el arzobispo de Nápoles le confiara la dirección de un convento de religiosas. Habiéndose atraído en este cargo el odio de algunos hombres perversos, pudo escapar ileso a un primer atentado contra su vida; pero poco después un asesino le causó tres heridas en el rostro, sin que esta injuria turbara la igualdad de su alma. El vivo deseo de llevar una vida más perfecta le hizo solicitar su admisión entre los Clérigos regulares; anhelo que fue atendido, obteniendo, además, que se le impusiera el nombre de Andrés, por su ardiente amor a la cruz. [Lectio5] Habiendo emprendido gozoso una vida más austera, se aplicó sobre todo al ejercicio de las virtudes, al cual se obligó con dos votos de difícil observancia: el de combatir siempre su propia voluntad y el de avanzar cada día más en el camino de la perfección. Fiel observador de la regla, Andrés tuvo gran cuidado de que los demás también la observaran cuando fue su superior. El tiempo que le dejaban libre el cargo de su instituto y la observancia de la regla, lo consagraba a la oración y a la salvación de las almas. Su prudencia y piedad resplandecieron en el ministerio de la confesión. Recorría, como ministro del Evangelio, los pueblos y aldeas cercanas a Nápoles, con gran provecho de las almas. El Señor se complació en glorificar, hasta con prodigios, esta caridad del santo hombre con el prójimo, pues volviendo un día a su casa en una noche, luego de oír la confesión de un enfermo, la lluvia y el viento huracanado apagaron la luz que facilitaba su marcha; pero no sólo él y sus compañeros no se mojaron nada, sino que su cuerpo proyectó un resplandor que guió a sus compañeros en medio de las más densas tinieblas. La práctica de la abstinencia, la paciencia, el desprecio y el odio de sí, le llevó a la perfección de estas virtudes. Soportó, sin turbación, el asesinato de su sobrino, y reprimió en los suyos los impulsos de venganza, yendo a implorar por los culpables la clemencia y favor de los jueces. [Lectio6] Propagó en diversos lugares la Orden de los Clérigos regulares, de los cuales fundó conventos en Plasencia y en Milán. Dos cardenales, San Carlos Borromeo y Pablo de Arezo, Clérigo regular, le profesaban gran afecto, y recurrieron a sus servicios en el ejercicio de su cargo pastoral. Andrés amaba y honraba con predilección a la Virgen, Madre de Dios, y mereció gozar de la conversación con los ángeles, cuyos cánticos manifestó haber oído mientras él mismo celebraba las divinas alabanzas. Tras haber dado ejemplos heroicos de virtudes y de adquirir gran celebridad por el don de profecía, por el que veía sucesos lejanos o futuros, y por la penetración de los corazones, lleno de años y agotado por los trabajos, sufrió un ataque de apoplejía en el momento en que, tras repetir el verso: “Me acercaré al altar de mi Dios”, iba a subir al altar para celebrar, y habiéndole administrado en seguida los sacramentos, Andrés expiró con gran dulzura entre los suyos. Acude a venerar su cuerpo, aun en nuestros días, en la iglesia de San Pablo, en Nápoles, un concurso de pueblo tan grande como en el día de su inhumación. Y por el fulgor de los milagros que obró en vida y después de su muerte, el soberano pontífice Clemente XI le inscribió en el catálogo de los santos con las solemnidades acostumbradas. [Lectio94] Andrés Avelino, antes llamado Lancelot, nació en Castro Nuovo, Lucania. Estudió jurisprudencia en Nápoles; fue ordenado sacerdote y comenzó a ejercer la abogacía sólo en los tribunales eclesiásticos. Pero cuando estaba presentando un caso, dejó escapar una pequeña mentira, y luego se topó con las palabras de las Escrituras: Una boca mentirosa mata al alma. Invadido por el remordimiento y la tristeza, abandonó la práctica de la ley y suplicó que lo admitieran entre el Clero Regular. Siendo admitido, a causa del gran amor a la Cruz, pidió el favor de recibir el nombre de Andrés. Sobresalió por su abstinencia, paciencia, humildad y desprecio de sí. Hizo que la Orden de los Clérigos regulares se extendiera de manera maravillosa. Honró a la Virgen Madre de Dios, con gran amor y reverencia. Tras heroicos ejemplos de virtud, gastado por los años y trabajos, cuando comenzaba la Misa, después de la tercera repetición de las palabras Entraré en el altar de Dios, sufrió una apoplejía y murió en paz poco después consolado por los sacramentos. &teDeum