[Officium] In Octavam Omnium Sanctorum [Lectio4] Del Libro de S. Cipriano, Obispo y Mártir, sobre la Mortalidad. !Hacia el final. Hay que considerar y meditar con frecuencia, hermanos, que hemos renunciado al mundo, y que estamos aquí de paso, como viajeros y peregrinos. Amemos el día que establece a cada uno en su verdadera morada, el día que, arrebatándonos a este mundo y rompiendo los vínculos terrenales, nos devolverá al paraíso y al reino de los cielos. ¿Quién, hallándose en país extranjero, no apetecería volver pronto a la patria? ¿Quién, al embarcarse para ir a reunirse con los suyos, no desearía un viento propicio que le permitiera abrazar más pronto a quienes tanto ama? [Lectio5] Si consideramos que nuestra patria es el cielo; si tenemos ya allí a nuestros padres, los Patriarcas, ¿cómo no corremos ansiosos de ver la patria y de saludar a nuestros padres? Nos esperan allí innumerables almas amigas; desean nuestra llegada la multitud que forman nuestros padres, hermanos e hijos, tranquilos ya acerca de su inmortalidad pero solícitos aún por nuestra salvación. ¡Cuál será la común alegría que experimentaremos ellos y nosotros al poder por fin vernos y abrazarnos, gozando del reino de los cielos, sin temor a la muerte, seguros de vivir eternamente! ¡Oh suma y perpetua bienaventuranza! [Lectio6] Allí están el glorioso coro de los Apóstoles, el grupo de los Profetas, llenos de alegría, la innumerable multitud de los Mártires coronados por sus victorias en las luchas y tormentos que soportaron. Allí triunfan las Vírgenes que sometieron el deleite de la carne y de los apetitos sensuales con la virtud de la continencia. Son premiados allí los misericordiosos que, al socorrer a los pobres con alimentos y dádivas, hicieron obras de justicia y trasladaron, según los divinos mandamientos, su patrimonio terreno a las arcas celestiales. Corramos con ardor, hermanos, a su encuentro, con ansias de estar pronto en su compañía, para ser dichosos de estar pronto nosotros cerca de Cristo. [Lectio7] Lectura del Santo Evangelio, según San Mateo !Mt 5:1-12 En aquel tiempo: Viendo Jesús aquel gentío, se subió a un monte, donde, habiéndose sentado, se le acercaron sus discípulos. Y lo que sigue. _ Homilía de San Agustín, Obispo. !Del Libro I sobre el Sermón de la Montaña. Dichosos seréis, dijo, cuando los hombres por mi causa os maldijeren, y os persiguieren, y dijeren con mentira toda suerte de mal contra vosotros: alegraos y regocijaos, porque es muy grande la recompensa que os aguarda en los cielos. El que en la profesión de cristiano busque gozar de las delicias de este mundo y disfrutar de los bienes temporales, considere que nuestra felicidad es del todo interior, como lo afirma del alma que forma parte de la Iglesia una voz profética: En el interior está la principal gloria de la hija del Rey. Porque en cuanto a lo exterior, sólo se nos prometen maldiciones, persecuciones y calumnias; en premio de las cuales nos aguarda en el cielo una gran recompensa, cuyo gusto anticipado sienten ya en esta vida, en su corazón, los que sufren, y ya exclaman: Nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación ejercita la paciencia, y la paciencia la prueba, y la prueba la esperanza, esperanza que no burla; porque la caridad de Dios ha sido derramada en el interior de nuestros corazones por medio del Espíritu Santo, que se nos ha dado. [Lectio8] El fruto de estos sufrimientos no viene de haberlos experimentado, sino de haberlos padecido por el nombre de Cristo, y no sólo sin quejarse, sino con ánimo gozoso. No han faltado, en efecto, herejes, hombres que han engañado las almas llamándose cristianos, y han sufrido tribulaciones de este género, y no están, sin embargo, incluidos en esta recompensa, porque no se ha dicho únicamente: Bienaventurados los que padecen persecución, sino que se añade: Por la justicia. Ahora bien: faltando la verdadera fe, no puede haber justicia; porque “el justo vive de la fe”. Tampoco los cismáticos pueden prometerse participación alguna en este premio; porque tampoco es posible que exista la justicia allí donde falta la caridad. Y como, por otra parte, “la caridad para con el prójimo, no obra mal”, si la tuvieran, no se atreverían a despedezar el cuerpo de Cristo, que es la Iglesia.