[Officium] Sexta die infra Octavam Omnium Sanctorum [Lectio4] Sermón de S. Bernardo, Abad, !2º sermón de la fiesta de Todos los Santos. Hoy celebramos con una fiesta solemne la memoria de todos los Santos; todos tan merecedores de nuestra devoción, que creo apropiado hablaros, con la ayuda del Espíritu Santo, de su común felicidad, en el seno de la cual disfrutan ya al presente de un bienaventurado reposo y de la consumación futura que esperaban. Es una verdad cierta y digna de todo acatamiento, que hay que imitar la conducta de aquellos a quienes tributamos culto religioso, correr ávidamente en pos de la felicidad de aquellos a quienes llamamos bienaventurados, e implorar el auxilio de aquellos cuyos elogios nos complacemos en escuchar. [Lectio5] !Sermón 5 de la misma Fiesta, hacia la mitad. ¿De qué sirven a los Santos nuestras alabanzas? ¿De qué, nuestro tributo? ¿De qué, esta solemnidad? ¿Qué utilidad tienen unos honores terrenos a aquellos a quienes honra, según la fiel promesa del Hijo, el mismo Padre celestial? ¿De qué les sirve nuestro panegírico? ¿No son ya dichosos? Nada más cierto, hermanos: los santos no necesitan de nuestros bienes, y nuestra devoción no les da ventaja alguna. Honramos su memoria, no en interés suyo sino nuestro. ¿Queréis saber cuán interesados estamos en ello? En cuanto a mí, debo confesar que su recuerdo me inflama en un ardiente y triple deseo. [Lectio6] Dice el vulgo: ojos que no ven, corazón que no siente. Ahora mi memoria viene a ser ojo espiritual, por lo cual, al pensar en los santos, de alguna manera les veo. Esto nos permite afirmar que tenemos ya una parte de nosotros mismos en la tierra de los vivientes, y que no deja de ser considerable si acompaña a nuestro recuerdo nuestra afección. Somos, pues, ciudadanos del cielo, aunque no como los Santos; ellos están allí con su sustancia, y nosotros con la esperanza; ellos con su presencia, y nosotros con nuestro pensamiento. [Lectio7] Lectura del Santo Evangelio, según San Mateo !Mt 5:1-12 En aquel tiempo: Viendo Jesús aquel gentío, se subió a un monte, donde, habiéndose sentado, se le acercaron sus discípulos. Y lo que sigue. _ Homilía de San Agustín, Obispo. !Del Libro I sobre el Sermón de la Montaña. Si contamos los dones del Espíritu Santo por orden ascendente, encontraremos: 1º, el temor de Dios; 2º, la piedad; 3º, la ciencia; 4º, la fortaleza; 5º, el consejo; 6º, el entendimiento, y 7º, la sabiduría. El temor de Dios conviene a los humildes, de los cuales se dice: Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos será el reino de los cielos: pobres de espíritu, es decir, libres de hinchazón y de orgullo; a quienes se refiere el Apóstol, diciendo: No te engrías, antes bien vive con temor, esto es, sé humilde. La piedad conviene a los mansos; en efecto, el que es piadoso en su inquirir, honra las Sagradas Escrituras, y como no critica lo que ignora, no pone resistencia, en lo cual consiste la mansedumbre. Por esto se dice aquí: Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán la tierra en herencia. [Lectio8] La ciencia conviene a los que lloran, a los que por las Escrituras conocen los males que les tenían esclavizados y que ellos, en su ignorancia, reputaban cosas útiles y provechosas; de ellos se dice: Bienaventurados los que lloran. La fortaleza conviene a los hambrientos y sedientos: muéveles en sus trabajos, el deseo de gozar de los verdaderos bienes y de sustraerse al amor de los terrenos y materiales; de ellos se dice: Bienaventurados los que tienen hambre y sed. El consejo conviene a los misericordiosos, porque un sólo remedio es capaz de librarnos de tantos males: perdonar como deseamos ser perdonados, y ayudar en lo que podamos a los demás, así como nosotros deseamos ser ayudados allí donde no alcance nuestro poder; de éstos se dice: Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos obtendrán misericordia. [Lectio9] El entendimiento conviene a los limpios de corazón, a los que tienen pura aquella mirada que es capaz de contemplar lo que ni el ojo vio, ni la oreja oyó, ni le pasó al hombre por el pensamiento; y de ellos se dice: Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. La sabiduría conviene a los pacíficos, en quienes todo está de tal manera ordenado, que no se da en ellos ningún movimiento rebelde a la razón, sino que todo está sometido al alma, por estarlo ésta a su vez a Dios; de ellos se dice: Bienaventurados los pacíficos. Todos recibirán el reino de los cielos; mas aquí se designa de diversas maneras, según las distintas virtudes. &teDeum