[Officium] S. Caroli Episcopi et Confessoris [Oratio] Guarda Señor a tu Iglesia con la continua protección de San Carlos, tu Confesor y Pontífice; de suerte que así como a él le hizo glorioso su pastoral solicitud, su intercesión nos obtenga permanecer siempre fervientes en tu amor. $Per Dominum [Lectio4] Carlos nació en Milán de la noble familia de los Borromeos. Una luz divina que brilló en la noche de su nacimiento sobre la habitación de su madre hizo presagiar la fama que le granjearía su santidad. Inscrito desde su infancia en la milicia clerical y provisto algún tiempo después de una abadía, aconsejó a su padre que no empleara en provecho de su casa las rentas de aquel beneficio; y cuando obtuvo la administración del mismo distribuyó entre los pobres los frutos sobrantes. Su amor a la castidad le hizo rechazar, con invencible constancia, a las mujeres impúdicas que varias veces le fueron enviadas para arrebatársela. A los 23 años, su tío, el papa Pío IV, le agregó al sagrado colegio de Cardenales, donde brilló por una piedad insigne y por el fulgor de todas las virtudes. Poco después, habiéndole nombrado el Papa arzobispo de Milán, se aplicó con gran solicitud a gobernar la Iglesia que le había sido confiada, según las reglas del concilio de Trento que, por su intervención sobre todo, acababa de terminarse; y para reformar las costumbres desordenadas de su pueblo, no sólo convocó varios sínodos, sino que dio personalmente ejemplo de eminente santidad. Se esforzó particularmente en extirpar la herejía del país de Chablais, convirtiendo gran número de sus habitantes a la fe cristiana. [Lectio5] Su caridad sobresalió cuando, después de haber vendido su principado de Oria, repartió en un solo día a los pobres 40.000 monedas de oro que había recibido como precio. Con el mismo espíritu distribuyó 20.000 piezas de oro, y renunció a las copiosas rentas eclesiásticas con que había sido favorecido por su tío, de las cuales sólo retuvo lo necesario para sí mismo y para socorrer a los indigentes. Para alimentarles durante la peste que devastó Milán, vendió todo el mobiliario de su casa sin reservarse ni una cama, teniéndose que acostar en el suelo. En sus visitas a los apestados, los colmaba de atenciones paternales, les administraba él mismo los sacramentos de la Iglesia, y los consolaba. Durante esta peste, para aplacar la cólera divina, se constituyó mediador cerca de Dios con sus humildes preces, y ordenó una procesión a la cual asistió con una soga en el cuello, descalzos y ensangrentados los pies por las piedras del camino, llevando una cruz y ofreciéndose como víctima por los pecados del mundo. Fue un defensor de la libertad de la Iglesia, pero como estaba determinado a restablecer la disciplina, unos sediciosos le dispararon un arcabuz mientras oraba, y sólo a la protección divina debió que el proyectil, no le causara daño alguno. [Lectio6] Observaba una admirable abstinencia, ayunando con frecuencia a pan y agua y contentándose otras veces con legumbres. Domaba su cuerpo con vigilias, con un áspero cilicio y frecuentes disciplinas. Profesó amor a la humildad y la mansedumbre. Nunca dejó la práctica de la oración ni la predicación de la divina palabra por muchas que fueran sus ocupaciones. Edificó muchas iglesias, monasterios y colegios. Escribió obras muy útiles dirigidas sobre todo a la instrucción de los obispos, y a su celo se debe la publicación del Catecismo de los párrocos. Por fin, se retiró en un lugar solitario del monte Varal, donde se hallan algunos cuadros de la Pasión de Nuestro Señor, y allí, en medio de las duras mortificaciones a las que durante aquellos días se entregaba, endulzadas, empero, por la meditación de los sufrimientos de Jesucristo, le sobrevino la fiebre; y agravándose la enfermedad, regresó a Milán, donde cubierto de ceniza y cilicio y fijos los ojos en el Crucifijo, voló al cielo a la edad, de 47 años, tres días antes de las nonas de octubre del año 1584. Habiendo resplandecido por sus milagros, Paulo V le colocó en el número de los santos. [Lectio94] Carlos nació en la noble familia de Milán Borromeo. Antes de cumplir los veintitrés años, su tío, Pío IV, lo hizo miembro del sagrado colegio de cardenales. Poco después el mismo Papa lo hizo arzobispo de Milán. En el cargo, gobernó según los decretos del santo concilio de Trento. Fue en gran parte a través de su intervención en el Concilio que éste se concluyó. Durante la peste que azotó a Milán, vendió todos los muebles de su casa para ayudar a los necesitados; a menudo visitaba a las víctimas de la peste y, administrando los sacramentos de la Iglesia con sus propias manos, los consolaba de una manera maravillosa. Fue un enérgico defensor de la libertad de la Iglesia y escribió muchas obras, muy útiles especialmente para la instrucción de los obispos, y también por su mérito se publicó el Catecismo de los Párrocos. Murió en Milán a los 47 años, el 3 de noviembre. Glorioso por los milagros, fue inscrito por Pablo V en el catálogo de los santos. &teDeum