[Officium] Secunda die infra Octavam Omnium Sanctorum [Lectio4] Sermón de San Beda el Venerable, Presbítero. !Sermón 18 de los Santos. ¡Con qué cálida acogida recibe la ciudad celeste a los que vuelven de la batalla, y traen consigo el botín arrancado al enemigo! Hombres y mujeres a la par vienen triunfantes, que vencieron al sexo junto con el siglo, y también vírgenes y niños de pocos años. Pero de entre todos ellos hay otro gran destacamento que entra al palacio eterno, los que observaron los preceptos del cielo con fe sincera e inconmovible ligados a la paz. [Lectio5] Así pues, levantémonos, hermanos, y sigamos el camino de la vida, volvamos a la ciudad celeste en la que estamos escritos y de la que somos ciudadanos electos. Que no somos forasteros, sino ciudadanos a la par de los Santos y los siervos de Dios, y también herederos suyos, coherederos con Cristo (Rom 8, 17). La valentía abrirá las puertas de esta noble ciudad, y la lealtad nos dará ancha entrada. Consideremos la resplandeciente felicidad de esta ciudad, en la medida de lo que nos es posible, pues en verdad no hay lengua que alcance a describir tal cosa. [Lectio6] De la ciudad se ha dicho en algún lugar: «Huirán de ella el dolor, la tristeza y el gemido». ¿Qué vida hay más dichosa que aquella en que no hay miedo a la pobreza ni debilidad por enfermedad? Nadie se sentirá herido ni arderá en ira, nadie albergará envidia ni el deseo hará sentir su quemazón. No se sentirá el deseo de honores ni la ambición de poder. No habrá allí miedo al diablo ni asechanzas del demonio, y lejos estará el terror del infierno. No habrá muerte de cuerpo ni de alma, sino vida gloriosa por el don de la inmortalidad. [Lectio7] Lectura del Santo Evangelio según San Mateo. !Mt 5:1-12 En aquel tiempo: Viendo Jesús a todo este gentío, se subió a un monte donde, habiéndose sentado, se le acercaron sus discípulos. Y lo que sigue. _ Homilía de San Agustín, Obispo. !Del Lib. 1 del Serm. del Señor en el monte. Cap. 1 y 2. «Bienaventurados los pobres de espíritu», porque si la bienaventuranza es alcanzar la suprema sabiduría, es preciso empezar siendo pobres de espíritu. «El comienzo de la sabiduría es el temor del Señor», y al contrario, «el comienzo de todo pecado», está escrito, «es la soberbia». Los soberbios desean y aman reinos en la tierra. «Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán la tierra», tal tierra es, según creo, de la que dice el Salmo: «Tú eres mi esperanza, mi porción en la tierra de los vivientes». Que quiere decir que es esta heredad sólida y estable por siempre, donde el alma halla su lugar de reposo por buena disposición, al igual que el cuerpo en la tierra; y en ella halla alimento, como el cuerpo en la tierra; tal es el descanso y la vida de los Santos. Mansos son los que cuando se les hace mal no atacan, sino que lo vencen con el bien (Rom 12, 21). [Lectio8] «Bienaventurados los que lloran, porque serán consolados». El llanto viene por la tristeza de perder lo que una vez se quiso. Al volverse a Dios, uno pierde las cosas que les eran querida en el mundo. Pero su dicha no está ya en esas cosas con las que se complacían, pues el amor de las cosas eternas consuela sobradamente tal tristeza. El Espíritu Santo los consolará, pues por eso mismo es llamado Paráclito, esto es, Consolador. Pues los que pierden las cosas temporales gozan de la alegría de las eternas. [Lectio9] «Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados». Aquí habla de los que aman las cosas buenas por ser buenas. Y serán saciados con el alimento del que dice el Señor: «Mi comida es hacer la voluntad del que me ha enviado» (Jn 4, 34), y «el agua que yo le daré vendrá a ser dentro de él un manantial de agua que manará hasta la vida eterna» (Jn 4, 14). «Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia». Llama bienaventurados a los que socorren al necesitado, pues del mismo modo que ellos socorren, así serán librados de la miseria.