[Officium] S. Margaritæ Mariæ Alacoque Virginis [Oratio] Señor Jesucristo, que revelaste de un modo admirable a la bienaventurada Margarita, Virgen, las insondables riquezas de tu Corazón: danos, por sus méritos e intercesión, que amándote en todo y sobre todo, merezcamos tener en este Corazón una mansión permanente. $Qui vivis. [Lectio4] Margarita María Alacoque, nacida en la diócesis de Autun, de padres honorables, mostró desde su infancia indicios de su santidad futura. Ardiendo en amor a la Virgen, Madre de Dios y al augusto sacramento de la Eucaristía, hizo, muy joven, voto de virginidad, con el deseo de consagrar su vida a adquirir las virtudes cristianas. Se delitaba entregándose largo tiempo a la oración y a la contemplación de las cosas celestiales, en el desprecio de sí misma, practicando la paciencia en las adversidades, en la mortificación corporal y en la caridad con el prójimo, sobre todo con los indigentes; y se aplicaba a reproducir los santísimos ejemplos del divino Redentor. [Lectio5] Ingresó en la Orden de la Visitación, señalándose por su fervor en la vida religiosa. Fue favorecida por Dios con la gracia de una altísima oración, con otros dones sobrenaturales y frecuentes visiones. La más célebre tuvo lugar hallándose en oración ante el Santísimo Sacramento. Se le apareció Jesús, mostrándole en su pecho entreabierto su Corazón rodeado de llamas y coronado de espinas; le mandó, a impulso de su ardiente caridad y para reparación de las injurias de los hombres ingratos, que se ocupara en instituir una fiesta pública en honor de su Corazón, prometiéndole premiar esta devoción con grandes recompensas sacadas de los celestiales tesoros. Vacilante, pues se consideraba incapaz de tal empresa, la animó el Salvador, y le señaló por director a un hombre de eximia santidad, Claudio de la Colombiere, y la alentó con la esperanza de los grandes beneficios que se seguirían para la Iglesia del culto al Corazón divino. [Lectio6] Margarita se esforzó en cumplir con diligencia las órdenes del Redentor. No le faltaron molestias y amargas vejaciones por parte de los que reputaban sus afirmaciones como efecto de su imaginación, contradicciones que sobrellevó con paciencia, teniéndolas como ganancias espirituales, y convencida de que los oprobios y sufrimientos la ayudarían a convertirse en víctima agradable a Dios y a obtener de Él mayores auxilios para la realización de su proyecto. Tras haber difundido el perfume de la perfección religiosa, y alcanzado en la contemplación de los bienes celestiales una unión cada día más íntima con el celestial Esposo, voló a su presencia en el año 1690, a los 43 años. Resplandeciendo con sus milagros, fue canonizada por Benedicto XV; y Pío XI extendió su Oficio a la toda la Iglesia. [Lectio94] Margarita María Alacoque nació de buenos padres en una aldea de la diócesis de Autun, y desde sus primeros años dio señales de su futura santidad. Ardiente de amor por la Virgen Madre de Dios y por el augusto Sacramento de la Eucaristía, de joven prometió su virginidad a Dios. Cuando entró en la Orden de la Visitación, comenzó a brillar en la vida religiosa. Ella fue adornada por Dios con los dones más elevados de la oración, con otras gracias y con visiones frecuentes. La más celebrada fue esta: cuando estaba rezando antes de la Eucaristía, Jesús se mostró a ella con su Corazón ardiendo en llamas y rodeado de espinas, en su pecho abierto, y ordenándola que, a cambio de tal amor y para expiar las heridas de hombres ingratos, debía esforzarse por instituir el culto público de este Corazón, prometiendo grandes tesoros de gracia celestial. Famosa por su perfección religiosa y en contemplar las cosas divinas, cada día se unía más a su Esposo celestial. A Él voló a los 43 años edad, en 1690. Reconocida por sus milagros, fue nombrada entre los Santos por Benedicto XV. El Papa Pío XI extendió su Oficio a la Iglesia universal. &teDeum [Lectio7] Lectura del Santo Evangelio, según San Mateo !Mt 11:25-30 En aquel tiempo: Exclamó Jesús, diciendo: Yo te glorifico, Padre, Señor del cielo y tierra, porque has tenido estas cosas encubiertas a los sabios y prudentes del siglo, y las has revelado a los pequeñuelos: Y lo que sigue. _ Homilía de San Francisco de Sales, Obispo. !Sermón 23 sobre el día de Pentecostés. No hay más ciencia verdadera que la comunicada por el Espíritu Santo, el cual la infunde sólo a los humildes. ¿Acaso no hemos visto a grandes teólogos exponer en materia de virtud doctrinas admirables, pero sin ánimo de ponerlas en práctica? Hemos podido ver, en cambio, a numerosas mujeres, que, incapaces de disertar sobre las virtudes, han sabido practicar los actos de virtud; el Espíritu Santo las llenaba de la verdadera sabiduría porque eran temerosas de Dios, piadosas y humildes. [Lectio8] !Del sermón 16, del tercer Domingo tras Pentecostés, al comienzo. Nuestro Señor, el grande y excelente médico de todas nuestras enfermedades, había anunciado abiertamente, ya antes de su venida a este mundo, por boca de sus profetas: Yo vendaré las heridas de las ovejas perniquebradas, y daré vigor a las débiles. Y, más tarde, salió de sus propios labios este llamamiento: Venid a mí todos los que andáis agobiados por trabajos y cargas, que Yo os aliviaré. ¿Cómo nos extrañaría, pues, el verle rodeado de enfermos, de pecadores y publicanos? ¿Acaso la gloria del médico no consiste en ser buscado por los enfermos? [Lectio9] !Del sermón 10 para el lunes después de Pascua Cargando nuestras miserias, las ennoblece; las abraza contra su Corazón; nos muestra su costado. Esto nos obliga a corresponder con amor; si se lo negáramos, las heridas que hoy nos muestra por amor, nos las mostraría un día movido de cólera e indignación. Haced, oh buen Jesús, que aceptemos la paz que nos brindáis y que apliquemos nuestra consideración a vuestras heridas, a fin de que, mientras permanecen la fe, la esperanza y la caridad, arraigados nosotros en la fe, gozándonos en la esperanza y enardecidos en el fervor de la caridad, aguardemos la bienaventuranza esperada y vuestra venida de manera que podamos veros un día, como Cordero, situados a vuestra derecha, y no como león, a vuestra izquierda, y se trueque nuestra fe en visión, nuestra esperanza en posesión y nuestra caridad imperfecta en aquella caridad perfecta en que nos deleitaremos por los siglos de los siglos. Amén.