[Officium] S. Alfonsi Mariæ de Ligorio Episc. Conf. et Eccles. Doct. [Name] Alfonso María [Oratio] ¡Oh Dios, que hiciste nacer en tu Iglesia una nueva familia religiosa por medio del obispo San Alfonso María, abrasado por el celo de salvar almas!; te pedimos que, instruidos con sus consejos, y fortalecidos con sus ejemplos, podamos llegar felizmente a ti. $Per Dominum. [Lectio4] Alfonso María de Ligorio, nacido en Napóles, de padres nobles, mostró indicios de santidad desde la infancia. Siendo aún niño, sus padres le presentaron a San Francisco de Jerónimo de la Compañía de Jesús, quien, después de orar, predijo que llegaría a los 90 años, y sería elevado a la dignidad episcopal, siendo su apostolado de grandes frutos en la Iglesia. Despreciando los juegos de su edad, se dedicó, desde niño, a formar a los adolescentes en la modestia cristiana con la palabra y el ejemplo, y llegado a la adolescencia se inscribió en algunas piadosas cofradías, complaciéndose en servir a los enfermos en los hospitales, y en consagrar mucho tiempo a la oración en las iglesias, frecuentando la celebración de los divinos misterios. Supo juntar tan bien la piedad y el estudio de las letras, que se graduó de Doctor en ambos derechos en la universidad de Nápoles, a los 16 años. Para complacer a su padre ejerció la abogacía, en la que adquirió reputación, pero la abandonó por los peligros que llevaba consigo. Renunciando a un enlace que su padre le proponía y a sus derechos de primogénito, colgó su espada ante el altar de la Virgen de la Merced para consagrarse al servicio de Dios. Recibida la ordenación sacerdotal, se dedicó a combatir los vicios, y se entregó con ardor al apostolado, acudiendo a todas partes para ejercer sus ministerios, convirtiendo a muchos descarriados. Compadecido de los pobres y los campesinos, fundó la congregación de Presbíteros del Santísimo Redentor, para ejercer su ministerio, a imitación del Redentor, por la campiña y por las aldeas y las villas. [Lectio5] Para que nada pudiera apartarle de su propósito, se obligó con un voto a no perder nunca un momento. Se entregó con gran celo, por la predicación de la divina palabra y de sus escritos repletos de piedad y de erudición sagrada, a ganar almas para Cristo y conducirlas a mayor perfección. Muchas fueron las enemistades que extinguió y las almas descarriadas que restituyó al camino de salvación. Devoto insigne de la Virgen María, escribió un libro cantando sus glorias, que en la predicación exaltaba con mucho fervor, hasta el punto de que algunas veces todo el auditorio pudo verle en éxtasis, con el rostro iluminado por un rayo de luz que partía de una imagen de la Virgen. Fue asiduo contemplador de la pasión del Señor y de la Eucaristía, cuyo culto propagó. Cuando rogaba ante el Sacramento o celebraba la santa Misa, que nunca omitió, la vehemencia de su amor le derretía en ardores seráficos, o le provocaba movimientos insólitos o le abstraía de las cosas externas. La inocencia de su vida, nunca la manchó con pecado grave; castigó duramente su cuerpo con abstinencias, cadenillas de hierro, cilicios y sangrientas disciplinas. El Señor le concedió el don de profecía, el de escrutar los corazones, el de bilocación y el de obrar milagros. [Lectio6] Rehusó las dignidades eclesiásticas que se le ofrecieron, pero obligado por el papa Clemente XIII tuvo que aceptar el gobierno de la Iglesia de Santa Agata de los Godos. Una vez Obispo, cambió de hábito, pero nunca cambió la severa disciplina de su vida. Conservó la misma frugalidad, el mismo celo férvido en reprimir los vicios y en combatir el error, así como se aplicó al cumplimiento de las demás obligaciones pastorales. Generoso con los pobres, les distribuía todas las rentas de la Iglesia y en una gran carestía su caridad le llevó hasta vender el mobiliario doméstico para alimentar a los hambrientos. Haciéndose todo para todos, reformó las comunidades de religiosas, y fundó un convento de monjas redentoristas. Sus graves y continuas enfermedades le obligaron a renunciar al episcopado, volviendo otra vez entre sus discípulos tan pobre como de entre ellos había salido. Por último, aunque agobiado corporalmente por la vejez, por los trabajos, por una antigua artritis y por otras enfermedades graves, nunca perdió su espíritu la vivacidad para disertar y escribir sobre las cosas celestiales, hasta que cumplidos 90 años murió con gran placidez entre la aflicción de sus hijos espirituales en Nocera de los Pacanos, en el año 1787. Ilustre por sus doctrinas y por sus milagros, fue beatificado por el papa Pío VII en el año 1816; pero habiendo brillado con nuevos prodigios, Gregorio XVI inscribió solemnemente su nombre en el catálogo de los santos, en la fiesta de la Santísima Trinidad del año 1839. Por último, el Sumo Pontífice Pío IX, por decreto de la Sagrada Congregación de Ritos, le declaró Doctor de la Iglesia universal. [Lectio94] Nacido en Nápoles de padres nobles, Alfonso María Ligorio, ya de joven cuidaba a los enfermos en los hospitales públicos y dedicaba su tiempo libre a la oración en las iglesias. Obedeciendo a su padre se convirtió en abogado; pero al experimentar los peligros de esta carrera, la abandonó. Renunció a su herencia como hijo mayor y se convirtió en sacerdote, atacando el vicio con tal celo que obtuvo las conversiones de muchos pecadores. Se compadeció de los pobres y los campesinos y fundó la Congregación de Sacerdotes del Santísimo Redentor para predicarles el Evangelio. Se comprometió con un voto perpetuo de nunca perder el tiempo. Constante en contemplar la Pasión del Señor y la santa Eucaristía, sobresalió en su devoción a la santa Madre de Dios, siendo más de una vez beneficiado por los signos de su protección celestial. Escribió muchos libros de instrucción religiosa y de devoción para ganar almas para Cristo. Rechazó los honores eclesiásticos que se le ofrecieron, pero la Santa Sede lo obligó a aceptar el Obispado de la Iglesia de Santa Agata de los Godos, donde fue generoso con los pobres y se hizo todo a todos los hombres; llevó a las monjas a una forma de vida más perfecta. Por graves enfermedades crónicas renunció al cargo episcopal y volvió con sus discípulos. Finalmente, a la edad de 90 años, radiante de inocencia de vida y penitencia, murió de una manera muy pacífica en el año 1787. El Papa Pío IX lo declaró Doctor de la Iglesia universal, y Pío XII lo estableció como el patrón celestial de todos los confesores y teólogos morales. &teDeum [Lectio7] Lectura del Santo Evangelio según San Lucas !Lc 16:13-19 En aquel tiempo: El Señor eligió otros setenta y dos discípulos, a los cuales envió delante de Él de dos en dos, por todas las ciudades y lugares adonde había de venir Él mismo. Y lo que sigue. _ Homilía de San Gregorio, Papa. !Homilia 17 sobre los Evangelios El Señor y Salvador nuestro, hermanos carísimos, algunas veces nos amonesta con palabras, otras por medio de obras. Y a la verdad sus obras son para nosotros preceptos, ya que cuando realiza alguna cosa calladamente, nos muestra cuál deba ser nuestra conducta. He aquí que envía de dos en dos los discípulos para la predicación; y esto porque son dos los preceptos de la caridad, a saber: el amor de Dios y el del prójimo; y la caridad para que sea tal, siempre necesita que sean dos. Pues de nadie puede decirse que tiene caridad para consigo, sino que el amor siempre tiende hacia otro, a fin de que pueda ser caridad. [Lectio8] He ahí que el Señor envía de dos en dos a los discípulos para la predicación, a fin de insinuarnos de una manera tácita, que aquel que carece de caridad para con el prójimo, en manera alguna debe ejercitar el ministerio de la predicación. Se dice muy bien que los envió delante de Él a toda ciudad y lugar al que había de ir Él mismo. Pues el Señor sigue a sus predicadores, ya que la predicación previene, y entonces el Señor viene a la morada de nuestra mente, cuando se anticipan las palabras de exhortación, y de esta suerte la verdad es recibida en nuestra mente.