[Officium] S. Camilli de Lellis Confessoris [Oratio] Oh Dios, que adornaste a San Camilo con la singular prerrogativa de la caridad para socorrer a las almas que luchan en el último combate: te suplicamos que, por sus méritos, nos infundas el espíritu de tu amor, para vencer en la hora de nuestra muerte al enemigo, a fin de llegar a la consecución de la celestial corona. $Per Dominum [Lectio4] Nació Camilo en Bucchianico, diócesis de Chieti, de la noble familia de los Lelis, de una madre sexagenaria, la cual, estando encinta, creyó ver en sueños que había dado a luz a un niño que llevaba una cruz marcada en el pecho y precedía a un grupo de niños que ostentaban la misma señal. Habiendo Camilo abrazado la carrera militar, se entregó durante algún tiempo a los vicios del mundo. Mas al llegar a los 25 años, se sintió iluminado por la gracia de lo alto, y concibió un dolor tan profundo de haber ofendido a Dios, que derramando abundantes lágrimas, tomó la resolución de borrar sin demora las manchas de su vida pasada y revestirse del hombre nuevo. El mismo día en que esto ocurrió: en la fiesta de la Purificación de la Santísima Virgen, se dirigió al convento de los Frailes Menores Capuchinos, y les pidió que le admitieran. Dos veces fue recibido en la Orden, mas como se le reprodujera una cruel llaga que había ya antes padecido en la pierna, sometiéndose Camilo a la Providencia, que le reservaba para cosas mayores, supo vencerse a sí mismo, y por dos veces dejó el hábito de aquella Orden, que había solicitado y obtenido. [Lectio5] Fue a Roma, siendo admitido en el hospital de incurables, cuya administración se le confió en vista de sus virtudes. Desempeñó aquel cargo con integridad y solicitud paternal. Teniéndose por servidor de todos los enfermos, acostumbraba arreglarles él mismo la cama, limpiar las salas, curar las llagas, asistir en la hora del supremo combate a los moribundos con sus devotas plegarias y exhortaciones, dando ejemplo, en el ejercicio de estas funciones, de admirable paciencia, fortaleza y de caridad heroica. Mas comprendiendo que el estudio le podría servir de mucho para la consecución del único objeto que se proponía: el auxiliar a las almas de los agonizantes, no se avergonzó de mezclarse, a la edad de 33 años, con los niños, para estudiar la primera gramática. Ordenado después sacerdote, puso, junto con algunos amigos que se le agregaron, los fundamentos de la congregación de los Clérigos regulares dedicados al servicio de los enfermos, no obstante la oposición encarnizada del enemigo del género humano. Le alentó una voz celestial salida de una imagen de Jesús crucificado, la cual, por un prodigio extendía hacía él los brazos desclavados de la cruz. Camilo obtuvo de Roma la aprobación de su Orden; sus religiosos se obligan, por un cuarto voto, a asistir a todos los enfermos, aun los apestados. Cuán grato sea a Dios este Instituto y cuán útil es para la salvación de las almas, lo atestigua S. Felipe Neri, confesor de Camilo, quien manifestó haber visto a los Ángeles inspirar a sus discípulos las palabras que debían emplear cerca de los moribundos. [Lectio6] Ligado con lazos tan estrechos al servicio de los enfermos, al cual se consagró noche y día hasta su postrer suspiro, Camilo desplegó un celo admirable para atender a todas sus necesidades, sin retroceder ante la fatiga, ni ante el peligro de la vida. Consagrábase por entero a todos, y se ocupaba en los más bajos empleos con ánimo alegre y resuelto, con la más humilde condescendencia; las más de las veces los desempeñaba de rodillas, viendo al mismo Jesucristo en la persona de los enfermos. Para estar siempre en disposición de socorrer las miserias, abandonó el gobierno supremo de su Orden, y renunció a las delicias celestiales que inundaban su espíritu durante la contemplación. Su amor paternal hacia los pobres se puso de manifiesto durante una epidemia que afligió a Roma tras un período de hambruna, y también cuando una terrible peste asoló a Nola, en Campania. Era tanta la caridad en que ardía para con Dios y para con el prójimo, que mereció le dieran el nombre de ángel y que los mismos Ángeles le socorrieran en medio de diversos peligros que le amenazaron durante sus viajes. Dotado del don de profecía y de la gracia de curaciones, penetraba en el arcano de los corazones; con sus plegarias obtuvo la multiplicación de los víveres y la conversión del agua en vino. Agotado por las vigilias, ayunos y continuas fatigas, hasta el punto de no tener al parecer más que la piel y los huesos, sufrió cinco graves enfermedades, a las que llamaba las misericordias del Señor. A la edad de 65 años, mientras pronunciaba estas palabras: “Que la faz de Jesucristo se muestre a ti dulce y gozosa”, se durmió en el Señor, confortado por los Sacramentos de la Iglesia, en Roma, en la hora que él había anunciado, el día anterior a los idus de julio del año 1614. Esclarecido con muchos milagros, Benedicto XIV le inscribió entre los Santos. León XIII, a petición de los Obispos, por decreto de la Congregación de Ritos, lo declaró celestial Patrón de todos los hospitales y enfermos del mundo, y mandó se le invocara en las Letanías de los agonizantes. [Lectio94] Camilo, de la familia noble de los Lelli, nació en Bucchianico, Chieti. De joven ingresó al ejército y se entregó por un tiempo a los vicios. Pero se llenó de tristeza por haber ofendido a Dios, y solicitó a los frailes capuchinos que lo admitieran. Su deseo fue otorgado esta vez, y nuevamente más tarde, cuando habiendo salido de la Orden, buscó la readmisión. Pero en ambas ocasiones una úlcera infectada en su pierna, que lo había afligido por un tiempo, estalló, y se sometió humildemente a sus superiores, deshaciéndose dos veces del hábito de la Orden que había pedido y recibido. Fue a Roma y allí fue ordenado sacerdote. Luego puso los primeros cimientos de la Congregación de Clérigos Regulares al servicio de los enfermos, cuyos miembros se unen mediante un cuarto y difícil voto de servir a los enfermos incluso cuando están infectados por la peste. Desgastado por ayunos y trabajos constantes, y por cinco largas enfermedades a las que llamó las misericordias del Señor y que soportó con gran fortaleza, murió en el Señor el 14 de julio de 1614, a la edad de 65 años. León XIII lo proclamó el patrón celestial de todos los hospitales y de los enfermos, y ordenó que su nombre fuera invocado en la letanía de los moribundos. &teDeum [Lectio7] Lectura del Santo Evangelio según San Juan !Jn 15:12-16 En aquel tiempo: Dijo Jesús a sus discípulos: El precepto mío es que os améis unos a otros como Yo os he amado. Y lo que sigue. _ Homilía de San Agustín, Obispo. !Trat. 83 sobre San Juan. ¿Qué es lo que pensabais hermanos? ¿Que no hay más precepto que el de amarse los unos a los otros? ¿No hay, acaso, otro mayor: el de amar a Dios? ¿O pensabais que Dios se ha limitado a mandarnos sólo el amor, sin que debamos preocuparnos de nada más? El Apóstol nos manda tres cosas, al decir: “Permanecen la fe, la esperanza y la caridad: son tres, pero la mayor es la caridad”. Así, si se nos manda la caridad o dilección (ya que contiene estos dos preceptos) como la mayor virtud, no se nos manda como la única. ¡Cuántos preceptos hay en materia de fe! ¡Y cuántos en materia de esperanza! ¿Quién es capaz de enumerarlos? Y no obstante, fijémonos en estas palabras del Apóstol: “La plenitud de la ley es la caridad”. [Lectio8] ¿ Qué puede faltar allí donde existe la caridad? ¿Pero qué puede haber de aprovechable allí donde no existe? El demonio cree, pero no ama; mas el hombre que no cree, tampoco ama. El hombre que no ama, en vano esperaría, por más que no se le haya negado toda esperanza de perdón; mas el que ama, no puede desesperar. Así, donde se halla la caridad se hallan también la fe y la esperanza; y donde se halle el amor al prójimo se halla también el amor de Dios. Y en efecto; ¿cómo amaría al prójimo como a sí mismo aquel que no ama a Dios? No puede decirse que se ame a sí mismo, puesto que siendo impío es amigo de la iniquidad. Ahora bien: el que ama la iniquidad, no ama a su alma, sino que, por el contrario, la odia. [Lectio9] Pongamos en práctica el precepto de amar al Señor, para que nos amemos también los unos a los otros y así cumpliremos todo lo demás porque todo se contiene en estos dos preceptos. Porque el amor de Dios se distingue del amor al prójimo, y el Salvador señaló esta distinción añadiendo: “Como Yo os he amado”; ahora bien: ¿por qué nos ama Cristo sino para que podamos reinar con Él? Amémonos los unos a los otros de manera que nos distingamos de los demás hombres, los cuales no pueden amar a los otros porque no se aman a sí mismos. Mas los que se aman a sí mismos con el fin de poseer a Dios, éstos se aman de verdad. Así, para amarse a sí mismo, hay que, ante todo amar a Dios. Este amor no se da en todos los hombres; pocos son los que se aman para que Dios lo sea todo para todos. &teDeum