[Officium] S. Antonii Mariæ Zaccaria Confessoris [Oratio] Haz Señor Dios, que aprendamos la excelsa ciencia de Jesucristo según el espíritu del Apóstol San Pablo, con la cual San Antonio María, maravillosamente instruido, reunió en tu Iglesia nuevas familias de clérigos y vírgenes. $Per eumdem [Lectio4] Antonio María Zacarías, natural de Cremona, en el Milanesado, de origen noble, ya desde su niñez dio indicios de su futura santidad. Resplandecieron muy pronto en él eminentes virtudes de piedad para con Dios y la Virgen Santísima y de caridad con los pobres, cuya miseria alivió no pocas veces, despojándose de sus ricas vestiduras. Tras cursar humanidades en su país, y filosofía en Pavía, estudió en Padua medicina; distinguido entre sus condiscípulos por su integridad, les aventajaba en la agudeza de inteligencia. Ya graduado, de vuelta a su casa paterna, fue llamado por Dios a curar las enfermedades espirituales con preferencia a las corporales: Puso todo su esfuerzo en aprender las ciencias sagradas, sin dejar de visitar a los enfermos, instruir religiosamente a los niños, reunir a los jóvenes para fomentar entre ellos la piedad y de exhortar a los adultos a reformar sus costumbres. Se ordenó sacerdote; y la primera vez que ofreció la Misa, el pueblo lleno de admiración pudo contemplarle, según se dice, rodeado de luz celestial y de una corona de Ángeles. Desde entonces trabajó con mayor celo para la salvación de las almas y en combatir la corrupción de costumbres. Acogía con ternura a los extranjeros, a los pobres y a los afligidos, y les sostenía y consolaba con sus palabras llenas de bondad y sus donativos; su casa era el refugio de los desvalidos, y mereció ser llamado el padre y el ángel de la patria. [Lectio5] Considerando que los intereses cristianos serían mejor atendidos si encontraba otros para trabajar con él en la viña del Señor, comunicó en Milán su proyecto a Bartolomé Ferrari y a Jaime Morigia, personas de gran santidad; y con ellos fundó la Orden de Clérigos regulares que llamó de San Pablo, por su amor al Apóstol de las Gentes. Esta Orden, que fue aprobada por el papa Clemente VII y confirmada por Paulo III, no tardó en propagarse por diversos países. Fue fundador y padre de una Congregación de santas Religiosas, las Angélicas. Deseaba tanto mantenerse en una humilde situación, que jamás quiso estar a la cabeza de su Orden. Su paciencia fue tan grande, que sobrellevó lleno de confianza y fortaleza las tempestades más terribles que se levantaron contra los suyos; movido por su caridad, nunca dejó de fomentar en el corazón de sus religiosos el más encendido amor de Dios, de llamar a los sacerdotes a la vida apostólica, y de fundar asociaciones de padres de familia para conducirles a una vida más perfecta. Alguna vez recorrió con los suyos las calles y plazas, yendo detrás de la cruz, para conducir al camino de salvación, a las almas que comenzaban a desviarse de él o que estaban ya pervertidas. [Lectio6] Antonio Zacarías, ardiendo en amor a Jesús crucificado, estableció la costumbre de tocar la campana cada viernes a la hora de vísperas para recordar a todos el misterio de la cruz. En sus escritos se lee repetidamente el nombre de Jesús, que tenía siempre en sus labios; verdadero discípulo de San Pablo, participaba en su propio cuerpo de los tormentos del Salvador. Sentíase impulsado por un amor singular hacia la Sagrada Eucaristía; créese que restableció la costumbre de comulgar con frecuencia, y se le atribuye la introducción de la pública adoración del Santísimo Sacramento en las Cuarenta Horas. Eran tal su castidad que, para afirmar su amor a esta virtud, su cuerpo ya exánime pareció recobrar por un momento la vida. Además deben añadirse los éxtasis, el don de lágrimas, la profecía, la penetración de los corazones y el poder contra Satanás con que el cielo le favoreció. Mas los grandes trabajos que había realizado habían agotado sus fuerzas, y cayó enfermo en Guastalla, en donde había sido llamado para restablecer la paz. Trasladáronle a Cremona, y allí, confortado por una aparición de los Apóstoles y profetizando el desarrollo de su Congregación, murió santamente, en medio de las lágrimas de sus discípulos, en brazos de su madre, a quien pronosticó que no tardaría en seguirle; su muerte ocurrió el día 5 de julio del año 1539, a los 36 años de edad. Pronto comenzó a tributársele culto, el cual por sus muchos milagros fue aprobado y confirmado por el papa León XIII en el año 1897, en el día de la Ascensión del Señor, e inscrito entre los Santos. [Lectio94] Nacido en Cremona de una familia noble, Antonio María Zacarías brilló desde su infancia por sus virtudes y misericordia hacia los pobres. Durante su educación en humanidades, filosofía y medicina, destacó tanto por la santidad de la vida como por su inteligencia. A una señal de Dios, cultivó celosamente las ciencias sagradas. Tras su ordenación, el celo de su vida sacerdotal le valió los títulos de padre y ángel de su país, otorgados por sus conciudadanos. En Milán, con Bartolomé Ferrári y James Morigia, fundó la Orden de Clérigos Regulares que llamó de San Pablo, y la Congreción llamada Las Angélicas. Fue celoso en la adoración de la Sagrada Eucaristía y promovió enérgicamente la exposición pública del Santísimo Sacramento. Enriquecido por Dios con dones celestiales y agotado por sus grandes trabajos, contrajo una grave enfermedad, y murió santamente el 5 de julio de 1539 en Cremona. León XIII aprobó y confirmó el culto que se le venía tributando y lo inscribió en la lista de los Santos. &teDeum [Lectio7] Lectura del Santo Evangelio según San Marcos !Mc 10:15-21 En aquel tiempo: Dijo Jesús a sus discípulos: Quien no recibiere como un niño el reino de los cielos, no entrará en él. Y lo que sigue. _ Homilía de San Agustín, Obispo. !Sermón 47 sobre diversos asuntos. El mandamiento que nos da el Señor de renunciar a nosotros si queremos seguirle, parece duro y penoso: mas no puede serlo en manera alguna porque en el cumplimiento de lo que nos manda viene Él mismo en nuestra ayuda; así lo afirman estas palabras del Salmo: “Apoyándome en las palabras de vuestros labios, yo he recorrido las más duras sendas”. La caridad dulcifica cuanto hay de más duro en los preceptos. Todos sabemos de qué grandes cosas es capaz el amor. Mas, ¿qué quiere decir: “renunciar a sí mismo”? Huir de la presunción, pensar que somos sólo hombres, y recordar al Profeta: “Maldito sea aquel que pone en el hombre su esperanza”; desprenderse de sí, mas no para poner el afecto en las cosas inferiores, sino para tender hacia Dios. [Lectio8] ¿A dónde debemos seguir al Señor? Sabemos adonde Él se dirigió: resucitó y subió a los cielos. Allí debemos seguirle. No desesperemos; fundemos nuestra esperanza de alcanzarlo, no en nuestras fuerzas, sino en las promesas del Señor. ¿Podríamos desconfiar, siendo miembros de una tal cabeza? Muy agradable es seguirle al cielo; mas ¿por qué camino se llega allí? Cuando Jesús, nuestro Señor, pronunciaba las palabras citadas, no había aún resucitado de entre los muertos; ni pasado por los tormentos de su Pasión; debía sufrir la crucifixión, las ignominias, los ultrajes, los golpes, las espinas, las heridas, los insultos, los oprobios, la muerte. ¿Os parece duro el camino? ¿Vaciláis en seguirle? ¡Ea, seguidle! ¿Quién se negaría a encaminarse a la gloria? La gloria agrada a todos; mas la escala para subir a ella es la humillación. [Lectio9] Tomemos nuestra cruz, y sigamos al Señor. Pero, ¿cuál es esta cruz que el Salvador nos manda llevar para que le sigamos sin impedimento, sino nuestra propia carne mortal? Esta carne nos crucificará hasta el día en que la muerte será absorbida por la victoria; mas ella debe a su vez ser crucificada y atravesada con los clavos del temor de Dios. No podríamos llevarla si, libres de todo freno y de toda ley, se rebelara contra nosotros; mas si no la lleváramos, nos sería imposible ir en pos del Señor. Porque, ¿cómo le seguiríamos si no le perteneciésemos? Y ¿no dice el Apóstol que los que pertenecen a Jesucristo han crucificado su carne con sus pasiones y concupiscencias? &teDeum