[Officium] Sexta die infra Octavam Ss. Apostolorum Petri et Pauli [Lectio4] De la exposición de S. Juan Crisóstomo, sobre la Epíst. a los Romanos. !Homilía 32, exhortación a la moral 28. Ya que el Apóstol Pablo implora en nuestro favor la gracia de Nuestro Señor Jesucristo, corresponde a nosotros mostrarnos dignos de este patrocinio, de manera que escuchemos aquí abajo su voz, y merezcamos ver al atleta de Cristo después de partir al otro mundo. Por otra parte, si escuchamos sus palabras en la tierra, le veremos en el cielo; y aunque no conseguiremos estar cerca de él, le veremos radiante de gloria, al pie del trono real, donde los Querubines ensalzan a Dios y los Serafines levantan el vuelo. Allí veremos a Pablo, al lado de Pedro, al frente de los Santos, dirigiendo sus coros; allí disfrutaremos de su caridad fraterna. [Lectio5] Si aquí amó tanto a los hombres, que, a pesar de su deseo de verse libre de los lazos de la carne para vivir en Cristo, escogió, con todo, el permanecer aquí bajo, ¡cuánto más ardiente será la caridad con que nos ama en el cielo! Por causa suya amo yo tanto a Roma. Dejando aparte los demás motivos que me inducen a alabarla, como son su grandeza, su antigüedad, su belleza, su poderío, sus riquezas y su gloria militar, la proclamo dichosa porque Pablo, durante su vida, mostró tanto afecto a sus habitantes, les instruyó de palabra, y terminó su vida en medio de ellos. Ellos son quienes poseen sus santos despojos; he ahí lo que principalmente da tanta fama a su ciudad. Como un cuerpo grande y robusto, posee Roma dos ojos llenos de resplandor, a saber, las reliquias de esos dos Santos. [Lectio6] No hay tanto esplendor cuando el sol envía sus rayos, como resplandece Roma con esos dos faros que iluminan todo el orbe. Desde allí serán arrebatados Pedro y Pablo. Llenémonos de asombro, por el espectáculo que presenciará Roma cuando vea a Pablo y a Pedro salir resucitados de este sepulcro, para ser conducidos por los aires al encuentro del Señor. ¡Oh, qué rosa tan hermosa presentará Roma a Cristo! ¡Qué doble corona adorna esta ciudad! ¡De qué cadenas de oro está ceñida! ¡Qué de fuentes posee! Yo la admiro, no por el oro que atesora, ni por sus columnas, ni por la belleza de todas sus cosas, sino por esas dos columnas de la Iglesia. ¡Quién me diera saber el lugar donde reposan los restos de Pablo, besar su sepulcro, ver el polvo de sus miembros, en los que completaba con sus sufrimientos los tormentos de la Pasión de Jesucristo, llevaba las llagas del Salvador, y difundía como una semilla, la predicación del Evangelio!