[Officium] S. Joannis a S. Facundo Confessoris [Ant 1] Se parece * a aquel hombre prudente que edificó su casa sobre roca. [Oratio] Oh Dios, autor de la paz y amante de la caridad, que adornaste al bienaventurado Juan, Confesor tuyo, con la admirable gracia de reconciliar a los enemistados; concédenos por sus méritos e intercesión que, fundados en tu caridad, por ninguna tentación seamos de ti separados. $Per Dominum [Lectio4] Era Juan hijo de una noble familia de Sahagún, España; sus padres, privados de hijos mucho tiempo, lo obtuvieron de Dios con sus santas obras y oraciones. Desde su infancia dio indicios de su futura santidad; veíasele, en efecto, dirigir la palabra a los otros niños, desde un sitio elevado, exhortándolos a la virtud y al culto divino, y ocuparse en apaciguar sus querellas. Confiado a los monjes benedictinos de S. Facundo, fue iniciado por ellos en las letras. Mientras estudiaba, su padre le obtuvo el beneficio de una parroquia, pero el joven se negó a conservar este cargo. Admitido entre los familiares del arzobispo de Burgos, ganó su confianza por su gran integridad; el Prelado le ordenó sacerdote, le nombró canónigo y le concedió numerosos beneficios. Pero Juan abandonó el palacio episcopal para dedicarse al servicio de Dios con mayor recogimiento, y renunciando a todas las rentas se adscribió a una capilla, en la que a diario celebraba la Misa y predicaba, con gran edificación de sus fieles. [Lectio5] Fue a perfeccionar sus estudios a Salamanca; allí fue admitido miembro del colegio de San Bartolomé, en donde ejerció el sacerdocio sin descuidar sus estudios, siendo asiduo a las devotas asambleas. Caído enfermo, hizo voto de someterse a una disciplina más severa; para cumplirlo, dio a un pobre casi desnudo el mejor de sus dos únicos vestidos; luego solicitó su ingreso en el monasterio de San Agustín, entonces floreciente por su severa observancia. Ya admitido, aventajó a todos por su obediencia, abnegación, vigilias y oraciones. Estando al cuidado del refectorio, sucedió en una ocasión que a su contacto, bastó un barril de vino para satisfacer las necesidades de todos los religiosos durante un año. Terminado el noviciado, emprendió, por orden del prefecto, la predicación. Salamanca estaba desgarrada por crueles facciones; confundíanse las cosas divinas y humanas; había luchas sangrientas en las calles y plazas y hasta en las iglesias, de las cuales eran víctimas personas de toda condición, singularmente de la nobleza. [Lectio6] Por su predicación como con su conversación, calmó los ánimos, y devolvió la paz a la ciudad. Habiendo molestado a un elevado personaje al reprocharle su crueldad con sus inferiores, hizo éste que dos caballeros le salieran al paso para quitarle la vida. Ya se le acercaban, cuando Dios permitió que quedasen sobrecogidos e inmovilizados, ellos y sus caballos, y prosternados a los pies del santo, le pidieron perdón. Paralizado también aquel señor por un terror súbito, desesperaba ya de salvarse; pero llamó a Juan, y arrepentido de lo que había hecho, recuperó la salud. En otra ocasión, a unos facciosos que perseguían a Juan armados de palos, se les paralizaron sus brazos, y sólo recobraron sus fuerzas tras implorar el perdón. En la Misa solía ver a Nuestro Señor, y bebía el conocimiento de los misterios celestiales en la fuente divina. Solía penetrar los corazones, y profetizaba. Habiendo muerto, a la edad de 7 años, la hija de su hermano, la resucitó. Tras haber predicho el día de su muerte, recibidos los Sacramentos de la Iglesia, murió. Antes y después de su muerte, muchos milagros, comprobados debidamente, hicieron resplandecer su gloria, por lo que Alejandro VIII le inscribió en el número de los santos. [Lectio94] Juan, nacido de una familia noble en Sahagún, España, fue dado por Dios a sus padres, que no tenían hijos, en respuesta a sus buenas obras y oraciones. Desde su infancia dio señales de su futura santidad. Ya ordenado sacerdote, renunció, a los beneficios que le otorgaban, a fin de poder servir mejor a Dios. Enfermo grave en Salamanca, se obligó por voto a observar una disciplina más severa. Para hacerlo, fue al monasterio de San Agustín, donde florecía con mayor severidad la disciplina. Como religioso, se destacó en todas las virtudes. A través de sus conversaciones públicas y privadas, y de la santidad de vida, devolvió la paz a los ciudadanos de Salamanca, quienes habían sido perturbados por sangrientas facciones. En el curso de este trabajo, no pocas veces fue salvado de una muerte inminente por poder divino. El Señor Cristo a menudo se le aparecía mientras celebraba la Misa. Con frecuencia podía adivinar los secretos de los corazones y predecir el futuro. Por fin, habiendo predicho el día de su muerte, partió de esta vida de la manera más santa, glorificado por muchos milagros antes y después de su muerte, que por estar debidamente probados, Alejandro VIII lo inscribió en el número de los Santos. &teDeum