[Officium] S. Venantii Martyris [Hymnus Vespera] v. San Venancio, mártir de Dios, prez y honra de Camerino, canta gozoso su triunfo, al vencer a su verdugo y a su juez. _ Niño todavía, después de sufrir cadenas, prisiones y azotes, es arrojado como cebo a los leones, acosados por un hambre prolongada. _ Mas la ferocidad de los leones cede ante su inocencia; y, olvidados de su fiereza y de su hambre, lamen los pies del mártir. _ Puesta abajo su cabeza, se ve forzado a tragar humo; una tea encendida va quemando por ambas partes sus costillas y sus entrañas. _ Alabanza sea dada al Padre, al Hijo, y a ti, ¡oh Espíritu Santo!; concédenos, por los ruegos de San Venancio, los goces de la bienaventuranza. Amén. [Oratio] Oh Dios, que consagraste este día con el triunfo de tu Mártir el bienaventurado Venancio; atiende a las preces de tu pueblo, y concédenos que cuantos veneramos sus méritos, imitemos la constancia de su fe. $Per Dominum [Hymnus Matutinum] v. El noble atleta de Cristo condena los ídolos gentílicos, y abrasado en el amor divino, desprecia los peligros que amenazan su vida. _ Sujetado con duras cuerdas, es precipitado desde lo alto de un monte; las espinas atraviesan su rostro, y las piedras destrozan su cuerpo. _ Mientras arrastran el cuerpo del Mártir, los verdugos se abrasan de sed; Venancio, con la señal de la cruz hace que de la peña mane una fuente copiosa. _ Oh esforzado campeón que procuraste a los pérfidos verdugos el agua salida de la peña; derrama sobre nosotros el rocío de la gracia. _ Gloria sea dada al Padre, lo propio que al Hijo y al Espíritu Santo; concédenos por las preces de Venancio, los goces de la bienaventuranza. Amén. [Lectio4] Venancio, natural de Camerino, tenía 15 años cuando fue denunciado como cristiano ante Antíoco, a quien el emperador Decio había nombrado gobernador de aquella ciudad. Presentose él mismo a las puertas de la ciudad a este magistrado, el cual, tras haberle tentado mucho tiempo mediante promesas y amenazas, ordenó que le azotasen y cargasen de cadenas. Mas fue librado de ellas por un Ángel; entonces le aplicaron antorchas ardientes y le suspendieron sobre una hoguera humeante con la cabeza hacia abajo. Admirado el escribano Anastasio de su constancia ante los tormentos, y viéndole que, librado otra vez por un Ángel, andaba vestido de blanco sobre el humo, creyó en Jesucristo, haciéndose bautizar él con toda su familia por el bienaventurado sacerdote Porfirio, mereciendo poco después con él la palma del martirio. [Lectio5] Llevado de nuevo ante el gobernador, le instigaron inútilmente a que apostatase; por último le encarcelaron. El gobernador le envió un heraldo: Atalo, diciendole que él también había sido cristiano, y que había renunciado a serlo por conocer la falsedad de una fe por la que se privan de los bienes presentes ante la vana esperanza de los futuros. Pero el atleta de Cristo, conociendo las astucias de nuestro pérfido enemigo, rechazó al ministro del diablo. Luego le llevaron ante el presidente, le rompieron todos los dientes y le quebraron las quijadas; así mutilado, le arrojaron a un muladar. Mas librado también por el Ángel, se presentó de nuevo delante del juez. Viendo éste que Venancio aún hablaba, cayó de su sitial, y exclamando: “Verdadero es el Dios de Venancio; destruid a nuestros dioses”, expiró. [Lectio6] El gobernador mandó arrojarlo a los leones. Mas éstos, olvidando su ferocidad, se echaron a sus pies. Entre tanto Venancio instruía al pueblo en la fe, que se apartaba del lugar; luego le encarcelaron. Porfirio refirió al día siguiente al gobernador que durante la noche había visto que pueblos bautizados por Venancio resplandecían con luz, y al gobernador cercado de tinieblas; ardiendo éste en ira, dispuso que Porfirio fuese decapitado, y que a Venancio le arrastrasen durante todo el día por lugares llenos de espinas y de cardos. Dejándole moribundo, por la mañana se presentó de nuevo al gobernador, quien dio la orden de que le precipitasen desde lo alto de una roca. Mas también fue librado divinamente. De nuevo le arrastraron por lugares ásperos hasta una milla de la ciudad. Durante este tormento, sufriendo los soldados sed ardiente, Venancio se arrodilló sobre una piedra que se hallaba allí cerca, en una depresión del suelo, y con la señal de la cruz hizo manar agua de la roca, que aún conserva la señal de sus rodillas. Viendo este milagro, muchos soldados creyeron en Jesucristo. El gobernador los mandó decapitar junto con Venancio; y al instante se levantó una tempestad y un terremoto tan fuerte que el gobernador huyó. Días después, no pudiendo escapar a la divina justicia, pereció de una muerte vergonzosa. Los cristianos sepultaron en lugar honorífico los cuerpos de Venancio y de sus compañeros mártires, que se conservan hoy en Cámerino, en la Iglesia dedicada a San Venancio. [Lectio94] A la edad de 15 años, Venancio, de Camerino, fue denunciado por su fe cristiana a Antíoco, que era prefecto del lugar bajo el emperador Decio. Venancio se presentó al prefecto en las puertas de la ciudad. Durante mucho tiempo, el prefecto lo tentó por medio de promesas y amenazas, y luego ordenó que lo golpearan y encadenaran. Liberado por un ángel, Venancio fue quemado con antorchas y suspendido boca abajo sobre un fuego humeante. Llevado de vuelta al gobernador, con todos los dientes y mandíbulas rotos y, mutilado, fue arrojado a un pozo de estiércol. Rescatado del pozo por un ángel, se presentó una vez más ante el juez, quien, mientras Venancio le hablaba, se cayó de su tribunal, gritando: “¡Venancio, su Dios es verdadero, quita nuestros dioses!” Y expiró. Finalmente, tras nuevos y refinados tormentos, fue decapitado junto con otros diez, y así terminó el curso de su gloriosa lucha. Los cristianos dieron sepultura honorable a los cuerpos de estos mártires, que ahora descansan en Camerino, en la iglesia dedicada a Venancio. &teDeum [Hymnus Laudes] v. Cuando el lucero, acabada ya la noche, anuncia que está cercano el día, San Venancio nos obtiene los dones de la luz divina. _ Porque disipó las tinieblas de las culpas y la noche del infierno, e iluminó a los hombres con la luz verdadera de Dios. _ Purificó a su patria en las aguas del santo bautismo: envió a los cielos, como mártires, a los soldados que bautizó. _ Ahora que reinas con los ángeles, escucha las plegarias de los que te suplican: aleja las culpas, e infúndenos tu luz. _ Alabanza sea dada al Padre, al Hijo y a ti, ¡oh Espíritu Santo!; concédenos, por los ruegos de San Venancio, los goces de la bienaventuranza. Amén.