[Officium] S. Athanasii Episcopi Confessoris et Ecclesiæ Doctoris [Name] Atanasio [Lectio4] Atanasio, alejandrino, defensor acérrimo de la verdad católica, fue ordenado diácono por Alejandro, obispo de esta ciudad, al cual sucedió en el episcopado. Ya antes le había acompañado en el concilio de Nicea, donde atacó la impiedad de Arrio, atrayéndose el odio de sus partidarios, quienes desde entonces no cesaron de ponerle asechanzas. En un concilio en Tira, compuesto en gran parte de obispos arrianos, sobornaron a una mujerzuela para que acusara a Atanasio de haberla violado, abusando de su hospitalidad. Atanasio fue presentado, junto con el presbítero Timoteo, el cual fingiendo que él era Atanasio, dijo a la mujer: “¿Acaso soy yo quien me hospedé en tu casa? ¿Yo te violé?” A lo cual ella con gran insolencia, respondió: “Tú me forzaste”; afirmaba esto con juramento, invocaba la autoridad de los jueces para que vengaran tal crimen. Pero descubierto el engaño, fue confundida la impudencia de la mujer. [Lectio5] Los arrianos también acusaban a Atanasio de dar muerte al obispo Arsenio, al cual guardaban oculto; como prueba presentaron a los jueces la mano de un difunto, afirmando que Atanasio, para usar artes mágicas la había cortado a Arsenio; mas éste pudo escapar de su prisión, y presentándose ante todo el concilio, manifestó el nefando crimen de los enemigos de Atanasio. Y como también esta defensa la atribuyeran los arrianos a las artes ocultas de Atanasio, no cesaron de maquinar contra su vida. Condenado al destierro, fue relegado a Tréveris en la Galia. Después, en tiempo de Constancio, favorecedor de los arrianos, se levantaron contra él increíbles contrariedades, sufrió terribles pruebas y recorrió muchos países, siendo arrojado varias veces de su iglesia y restablecido otras tantas en la misma por el Papa Julio y el emperador Constante, hermano de Constancio, así como por los concilios de Sárdica y de Jerusalén, teniendo siempre a los arrianos por enemigos. Para librarse de su persecución y salvar su vida, se ocultó 5 años en una cisterna seca, que sólo conocía un amigo suyo que le procuraba lo necesario para su sustento. [Lectio6] Muerto Constancio, Juliano el Apóstata, su sucesor, permitió que los obispos desterrados volviesen a sus iglesias, y Atanasio fue recibido en Alejandría con honores. Pero al poco, por obra de los mismos arrianos fue perseguido por Juliano, y se vio obligado de nuevo a huir. Y como los satélites del emperador le buscasen para darle la muerte, ganando con la barca en la que huía, la parte opuesta del río, se presentó a los que le perseguían, y al preguntarle si Atanasio estaba muy lejos, respondió que estaba allí cerca. Así pudo huir de sus perseguidores, y volviendo a Alejandría, permaneció oculto hasta la muerte de Juliano. Poco después, levantándose contra él otra persecución en Alejandría, se ocultó cuatro meses en el sepulcro de su padre. Finalmente, salvado por la protección divina de tantos y tan grandes peligros, murió en Alejandría en su propio lecho, en tiempo de Valente. En vida y en muerte resplandeció por sus grandes milagros. Escribió muchos libros llenos de piedad y de ciencia para ilustrar la fe católica, gobernando santamente la Iglesia de Alejandría por espacio de 46 años en medio de las más grandes vicisitudes. [Lectio94] Atanasio fue obispo de Alejandría, y defensor muy vigoroso de la religión católica. Cuando aún era diácono, refutó la impiedad de Arrio en el Concilio de Nicea y se ganó tal odio de los arrianos que, desde ese momento, nunca dejaron de tenderle trampas. Expulsado al exilio, fue a Treves en Galia. Soportó dificultades increíbles y deambuló por una gran parte del mundo, siendo expulsado a menudo de su Iglesia, y restaurado a menudo por la autoridad del Papa Julio y los decretos de los Concilios de Sardica y Jerusalén. Todo este tiempo, fue perseguido por los arrianos. Finalmente, rescatado, con la ayuda de Dios, de tan grandes peligros, murió en Alejandría durante el reinado del emperador Valente. Su vida y su muerte están marcadas por grandes milagros. Escribió muchas obras, tanto de devoción como de catequesis, y, con gran santidad, gobernó la Iglesia de Alejandría, en los tiempos más difíciles, durante 46 años. &teDeum [Lectio7] Santo Evangelio según San Mateo !Mt 10:23-28 En aquel tiempo: Dijo Jesús a sus discípulos: Cuando os persiguieren en una ciudad, huid a otra. Y lo que sigue. _ Homilía de San Atanasio, Obispo. !Apología de su huida. Ordenaba la ley el establecimiento de ciudades de refugio, en donde los que de un modo u otro eran buscados para hacerlos morir, pudieran estar seguros. Además, el Verbo del Padre, que antes había hablado a Moisés, llegada la plenitud de los tiempos habló de nuevo diciendo: “Cuando os persiguieren en una ciudad, huid a la otra”. Y poco después añadió: “Por lo tanto, cuando viereis que la abominación de la desolación, que fue dicha por el profeta Daniel, está en el lugar santo, el que lee, entienda. Entonces, los que están en Judea, huyan a los montes; y el que en el tejado, no descienda a tomar alguna cosa en su casa; y el que en el campo, no vuelva a tomar su túnica”. [Lectio8] Instruidos en esto, los santos han hecho de ellas la regla de su conducta. Porque el Señor, aun antes de su Encarnación, había ordenado ya por sus ministros lo que ordena aquí por sí mismo, y sus divinos preceptos conducen a los hombres a la perfección; es necesario observar todo lo que Dios ordena. Para darnos ejemplo, el mismo Verbo, hecho hombre para salvarnos, no creyó indigno de Él ocultarse como nosotros cuando se le buscaba, ni huir evitando las asechanzas cuando se le perseguía. Mas haciendo que llegara la hora por Él mismo señalada en que deseaba sufrir corporalmente, se entregó a los que le armaban emboscadas. [Lectio9] Como los santos eran hombres, debían conformarse con la regla que habían recibido del Salvador -porque Él fue el que les enseñó a todos antes y después-. Por consiguiente huían para escapar legítimamente de los perseguidores, y mientras éstos los buscaban permanecían ocultos. Ignorando el tiempo fijado por la Divina Providencia, no querían entregarse temerariamente a sus pérfidos enemigos. Además, sabiendo lo que dice la Escritura, que Dios tiene en sus manos la suerte de los hombres y que Él es el dueño de la muerte y de la vida, consideraban más prudente perseverar hasta el fin yendo de una parte a otra, como dice el Apóstol, cubiertos de pieles de ovejas y de cabras, soportando la indigencia y las angustias, errantes en las soledades, ocultándose en el fondo de los antros y cavernas; y esto, hasta que llegase para ellos la hora de la muerte, o hasta que Dios, que había determinado esta hora, los consolase con su palabra y detuviese los complots de los malos, o, finalmente, hasta que los entregase en manos de los perseguidores, según que pluguiese a la Divina Providencia. &teDeum