[Officium] S. Petri Canisii Confessoris et Ecclesiæ Doctoris [Name] Pedro [Oratio] Oh Dios, que para defender la fe católica adornaste a tu bienaventurado Confesor Pedro de virtud y de sabiduría, concédenos propicio, que con sus ejemplos y enseñanzas vuelvan al camino de la salvación los que andan extraviados, y los fieles perseveren en la confesión de la verdad. $Per Dominum [Lectio4] Pedro Canisio nació en Nimega de Güeldres, en el mismo año en que Lutero con abierta rebelión se separó de la Iglesia, y en que Ignacio de Loyola, en España, abandonando la milicia terrena, se resolvió a luchar las batallas del Señor. Con esto significó Dios con qué adversarios habría de pelear y con qué capitán alcanzaría la victoria. En Colonia, adonde se había dirigido por razón de los estudios, hizo voto perpetuo de castidad, y poco después ingresó en la Compañía de Jesús. Siendo ya sacerdote, emprendió la defensa de la fe católica por medio de misiones, sermones, y escritos. Por su preclara sabiduría y por su reconocida experiencia, fue llamado por el cardenal de Augusta y por los legados pontificios, interviniendo diferentes veces en el Concilio Tridentino, cuyos decretos fueron por él promulgados en Alemania por encargo del papa Pío IV, el cual le confirió también la misión de llevarlos a la práctica. Por mandato del Sumo Pontífice Paulo IV intervino en la dieta de Augsburgo, y en tiempo del papa Gregorio XIII desempeñó diversas legaciones con ánimo resuelto, sin que le arredrasen las dificultades, e intervino en gravísimos asuntos religiosos, llevándolos a feliz término, aun con peligro de su propia vida. [Lectio5] Ardía en el fuego de la caridad divina que antaño había respirado en las profundidades del Corazón de Jesús en sus visitas a la Basílica Vaticana, y aspiraba sólo a la difusión y propagación de la gloria divina; no es posible reseñar los trabajos que emprendió por espacio de más de 40 años, y las fatigas que sobrellevó a fin de preservar a muchas ciudades y provincias de Alemania del contagio de la herejía, o para restituir a la fe católica las que estaban contaminadas por las falsas doctrinas. En la dieta de Ratisbona y de Augusta excitó a los príncipes a la defensa de los derechos de la Iglesia y a la enmienda de las costumbres del pueblo; en la de Worms redujo al silencio a los insolentes maestros de la impiedad. Constituido por San Ignacio superior de la provincia de Alemania, edificó casas y colegios en muchas partes. Dotó y amplió, con toda suerte de medios, al Colegio Germánico de Roma. Restauró en las academias el estudio de las letras divinas y humanas, que había decaído; escribió dos volúmenes contra los centuriadores magdeburgenses, y publicó el Catecismo de la doctrina cristiana, alabado por los teólogos, y popular en todas partes, y muchos escritos para la instrucción de los fieles. Fue llamado el martillo de los herejes y el segundo apóstol de Alemania, y escogido por Dios para defender la religión católica en Alemania. [Lectio6] En medio de tantas ocupaciones, se mantenía en unión con Dios por la plegaria y la asidua meditación de las cosas celestiales, en la cual no pocas veces derramaba abundantes lágrimas, y quedaba privado del uso de los sentidos. Fue honrado en gran manera por los príncipes y por hombres de virtud eminente, así como por cuatro Sumos Pontífices, y, con todo era tal su humildad, que se consideraba el más pequeño de todos. Rehusó por tres veces el obispado de Viena. Sumiso en gran manera a sus superiores, estaba dispuesto a dejarlo y emprenderlo todo para obedecerles, aun con peligro de su salud o de su vida. Gracias a su mortificación voluntaria guardó perpetua castidad. Finalmente, en Friburgo de Suiza, en donde había trabajado mucho durante los últimos años de su vida por la gloria de Dios y el bien de las almas, voló al cielo el día 21 de Diciembre del año 1597, a los 77 años. El papa Pío IX agregó este valeroso defensor de la verdad católica al número de los Beatos; y resplandeciendo con nuevos milagros, el Sumo Pontífice Pío XI en el año del Jubileo le incluyó en el número de los Santos, al propio tiempo que le declaró Doctor de la Iglesia universal. [Lectio94] Pedro Canisio nació en Nimega de Güeldres, Países Bajos. Tras unirse a la Compañía de Jesús, comenzó de inmediato a defender la fe católica contra las artimañas de los innovadores con misiones, sermones y libros. Su única idea era promover la mayor gloria de Dios; sería imposible relatar las fatigas y dificultades sufridas durante 40 años. Participó más de una vez en el Concilio de Trento, viajó en misiones exitosas a través de muchas partes de Alemania, instruyó a todas las clases sociales con una sólida enseñanza, tanto pública como privada; defendió muchas ciudades y provincias contra el contagio de la herejía, o regresó a la fe católica los contaminados por la herejía. Nombrado superior de la provincia de Alemania por San Ignacio, construyó casas y colegios en muchos lugares. Contra los centuriadores de Magdeburgo, escribió dos volúmenes famosos, y sacó a relucir un resumen de la doctrina cristiana altamente aprobado por el juicio de los teólogos y por su uso prolongado y continuo entre la gente, y muchas otras obras en la lengua materna. Obtuvo el título de Martillo de los Herejes y segundo Apóstol de Alemania. Descansó en el Señor en Friburgo, Suiza, a la edad de 77 años, el 21 de diciembre de 1597. Pío XI lo agregó a la lista de los Santos y lo proclamó Doctor del Iglesia Universal. &teDeum [Lectio7] Santo Evangelio según San Mateo !Mt 5:13-19 En aquel tiempo: Dijo Jesús a sus discípulos: Vosotros sois la sal de la tierra. Y si la sal se hace insípida, ¿con qué se le devolverá el sabor? Y lo que sigue. _ Homilía de San Pedro Canisio, Presbítero. !Nota en los Evangelios sobre la fiesta de San Martín, desp. del principio. Amaré y veneraré a los Apóstoles enviados por Cristo, y a sus sucesores, solícitos en difundir la semilla del Evangelio y propagadores y cooperadores de la divina palabra, los cuales pueden con justicia decir de sí mismos: “Los hombres deben considerarnos como ministros de Cristo y dispensadores de los misterios de Dios”. Y en verdad, Cristo, como Padre de familia muy vigilante y fiel, ha querido que por medio de tales ministros, se encendiese con fuego enviado del cielo la antorcha del Evangelio, y que no se pusiese debajo del celemín, sino sobre el candelero, para difundir su luz por todas partes, ahuyentando todas las tinieblas de entre los judíos como de entre los gentiles. [Lectio8] No basta que el Doctor evangélico ilustre a los pueblos con su palabra, que deje oír su voz como clamando en el desierto, ni que con sus discursos ayude a muchos a adelantar en la virtud, por temor a asemejarse, si omitiere la predicación, a los perros mudos incapaces de ladrar, según frase del Profeta; sino que debe además tener un gran fervor, a fin de que, rico en obras y en caridad, sea el honor de su ministerio y siga el ejemplo de San Pablo. Pues, San Pablo, no contento con dirigir al obispo de Efeso esta recomendación: “Advierte e instruye, combate como un buen soldado de Cristo Jesús”, evangelizó él mismo a amigos y enemigos, pudiendo decir en buena conciencia a los obispos reunidos en Efeso: “Vosotros sabéis que no he omitido nunca la enseñanza de cuanto podía seros útil, tanto en público como privadamente, afirmando ante los judíos y los gentiles la necesidad de la penitencia ante Dios y de la fe en nuestro Señor Jesucristo”. [Lectio9] Tal debe ser el pastor de la Iglesia: a semejanza de Pablo, ha de hacerse todo para todos, para que el enfermo halle en él la medicina, el triste alegría, el desesperado confianza, el ignorante doctrina, el vacilante consejo, el arrepentido el perdón y paz de conciencia, y, en fin, cada uno lo que necesite para la salvación. Por esto Jesucristo, cuando constituyó a los primeros maestros del mundo y de la Iglesia, no se contentó diciendo: “Vosotros sois la luz del mundo”, pues añadió: “No puede ser disimulada una ciudad edificada sobre un monte, ni se enciende la luz para ponerla debajo de un celemín, sino sobre un candelero, a fin de que alumbre a todos los de la casa”. Se engañan aquellos eclesiásticos que creen cumplir mejor su ministerio con el esplendor de su doctrina que con la integridad de su vida y el ardor de la caridad. &teDeum