[Officium] S. Justini Martyris [Oratio] Oh Dios, que enseñasteis admirablemente al bienaventurado Mártir Justino la eminente ciencia de Jesucristo por medio de la ignominia de la cruz: concédenos por su intercesión, que libres de todo error, consigamos la firmeza de la fe. $Per eumdem [Lectio4] Justino, hijo de Prisco, de nacionalidad griega, nacido en Flavia Neópolis de Palestina, pasó su juventud en los estudios literarios. Cuando llegó a la edad varonil, de tal modo se enamoró de la filosofía, que para conocer la verdad se afilió a todas las sectas de los filósofos, y estudió sus doctrinas. Y como en ellas no hallara sino errores y una falsa sabiduría, después de haber sido enseñado con ilustración sobrenatural por medio de un anciano desconocido y de aspecto venerable, abrazó la verdadera filosofía de la fe cristiana. Desde entonces, teniendo de día y de noche en sus manos los libros de la Sagrada Escritura, de tal suerte con su meditación se inflamó su alma en el fuego divino, que se aplicó con todo su poder a adquirir la eminente ciencia de Jesucristo, escribiendo muchos volúmenes para exponer y propagar la fe cristiana. [Lectio5] Entre las más excelentes obras de Justino sobresalen las dos Apologías de la fe cristiana, las cuales como las presentara ante el senado a los emperadores Antonino Pío y sus hijos, y también a Marco Antonino Vero y Lucio Cómodo, que perseguían crudelísimamente a los seguidores de Cristo, obtuvo, después de haber defendido valerosamente la fe, que por público edicto se mitigara la persecución contra los cristianos. Pero Justino no fue perdonado. Acusado por el filósofo cínico Crescente, cuya vida y costumbres había reprendido, fue detenido por los soldados. Conducido a Rústico, prefecto de Rema, habiéndole éste preguntado cuál era la ley cristiana, hizo esta hermosa confesión delante de muchos testigos: “La doctrina verdadera que nosotros los cristianos observamos piadosamente es esta: creemos en un solo Dios que hizo y creó todo lo que vemos y lo que no puede verse con los ojos del cuerpo; también confesamos a nuestro Señor Jesucristo por Hijo de Dios, que había sido ya anunciado en otros tiempos por los profetas, el cual ha de venir como juez del linaje humano”. [Lectio6] Como Justino en su primera Apología había dicho que los cristianos se juntaban para celebrar los sagrados misterios, y cuáles eran los misterios que celebraban, a fin de rechazar las calumnias de los herejes, se le preguntó en qué lugar se juntaban los fieles en aquella ciudad. Mas Justino guardó silencio sobre los lugares de la reunión, para no entregar las cosas santas a los perros y traicionar a sus hermanos, y tan sólo le indicó su domicilio, donde acostumbraba instruir a los discípulos, y que estaba cerca del célebre título del Pastor, en el palacio de Pudente. El prefecto le dio a escoger entre sacrificar a los dioses o ser azotado en todo el cuerpo. El invicto defensor de la fe respondió que él siempre había deseado sufrir tormentos por nuestro Señor Jesucristo, de quien esperaba una gran recompensa en el cielo; y el prefecto le condenó a muerte. Así pues, este admirable filósofo, sin dejar de alabar a Dios, tras ser azotado, derramó su sangre por Jesucristo, y fue coronado con un glorioso martirio. Los fieles se apoderaron de su cuerpo y lo sepultaron. El Papa León XIII mandó celebrar el Oficio y Misa de su Fiesta en toda la Iglesia. [Lectio94] Justino, hijo de Prisco, y de origen griego, nació en Palestina. Estaba tan poseído por el amor a la filosofía que, en su búsqueda de la verdad, se inscribió en todas las escuelas filosóficas que pudo encontrar; no encontró en ellas nada más que la sabiduría falaz; ilustrado celestialmente, abrazó la filosofía de la fe cristiana. Desde entonces estudió los libros de las Sagradas Escrituras día y noche, a fin de adherirse a la ciencia de Jesucristo. Escribió muchos libros para explicar y difundir la fe cristiana, entre los que se destacan sus dos Apologías. Cuando se los presentó a los emperadores Antonino Pío y sus hijos, defendiendo la fe mediante disputas, obtuvo un edicto público de los príncipes para contener la matanza de cristianos. Más él fue acusado a través de una conspiración de Crescente el Cínico, cuyas malas maneras había criticado. Fue tomado prisionero por los seguidores de Crescente que lo llevaron ante el prefecto, Rustico. Cuando se aferró firmemente a su confesión de la fe, fue condenado a muerte y murió coronado con la gloria del martirio. &teDeum [Lectio7] Santo Evangelio según San Lucas !Lc 12:2-8 En aquel tiempo: Dijo Jesús a sus discípulos: No hay cosa tan encubierta que no haya de descubrirse, ni cosa tan escondida que no haya de saberse. Y lo que sigue. _ Homilía de San Juan Crisóstomo. !Hom. sobre el cap. 10 de San Mateo vers. 26 y siguientes. “No hay cosa tan encubierta que no haya de descubrirse, ni cosa escondida que no haya de saberse”. Con esto, les dijo Jesús: Debe bastaros para vuestro consuelo que Yo, Señor y Maestro vuestro, haya soportado las mismas injurias que vosotros. Si os repugna oírlas, pensad que no tardaréis mucho en veros libres de esas sospechas calumniosas. ¿Por qué os mostráis afligidos? ¿Porque os veis tratados de seductores e impostores? Esperad un poco y las bocas os llamarán salvadores y bienhechores del universo. El tiempo iluminará esos puntos oscuros, confundirá las calumnias y mostrará vuestra virtud con todo esplendor. Porque, cuando la experiencia haya mostrado que sois los salvadores, los bienhechores verdaderos de los hombres, que habéis practicado todas las virtudes, todos, olvidando las maledicencias de vuestros enemigos, sólo prestarán atención a la verdad; y mientras ellos aparecerán como embusteros, calumniadores, resplandeceréis vosotros más que el sol; el tiempo dará a conocer vuestros méritos, y con voz más alta que la de la trompeta, congregará a los hombres para que den testimonio de vuestra virtud. No os dejéis abatir por lo que oigáis, y reanime a vuestra alma la esperanza de los bienes que os están reservados, porque es imposible tener oculto lo que a vosotros se refiere. [Lectio8] Tras libertarlos de toda ansiedad, temor, y solicitud, y habiéndolos hecho superiores a todos los ultrajes, aprovechó el Salvador para hablarles de la libertad que debían usar en sus predicaciones. “Porque las cosas que dijisteis en las tinieblas —les dijo,— a la luz serán dichas, y lo que hablasteis al oído en los aposentos, será pregonado sobre los tejados”. No había tinieblas cuando Él les hablaba, ni nada les decía al oído, sino que Jesús se expresa así por hipérbole. Por cuanto les hablaba a ellos solos y en un pequeño rincón de Palestina, emplea esta figura: “Las cosas que dijisteis en las tinieblas”, comparando esta manera de instruirlos a la intrepidez de lenguaje que más tarde habían de usar No prediquéis únicamente a una, dos o tres ciudades; predicad en todo el universo, recorred mares y la tierra, las regiones habitadas y las que no lo son; decid todas esas cosas a los tiranos y a las multitudes, a los filósofos y a los oradores, con gran seguridad. Tal es la significación de estas palabras; “Predicad sobre los tejados, decidlas a la luz”, sin subterfugio, con toda libertad.