[Officium] S. Hermenegildi Martyris [Hymnus Vespera] v. Oh Hermenegildo, gloria del trono de la poderosa Iberia, honor de los mártires, a quien el amor de Cristo colocó entre las celestiales milicias. _ ¡Cómo permaneces firme en la paciencia y en la fidelidad que has prometido a Dios! Tú le prefieres a todo, y con suma prudencia sabes huir de los placeres peligrosos. _ ¡Con qué esfuerzo reprimes las pasiones que dan pábulo a las tentaciones viciosas! Con paso seguro marchas hacia la meta adonde conduce la vía de la verdad. _ Demos honor sempiterno al Padre, Señor de todo; celebren también nuestras súplicas al Hijo, y con alabanzas supremas ensalcemos al Espíritu divino. Amén. [Oratio] Oh Dios, que enseñaste al bienaventurado Mártir Hermenegildo a preferir el reino celestial al terreno: te suplicamos nos concedas que por su ejemplo despreciemos lo perecedero y procuremos lo eterno. $Per Dominum [Lectio4] Del Libro de los Diálogos de San Gregorio, Papa. !Libro 3, capítulo 31. Hermenegildo, hijo de Leovigildo, rey de los visigodos, se convirtió de la herejía arriana a la fe católica por la predicación del obispo de Sevilla, San Leandro, con el cual me une una antigua y estrecha amistad. Su padre, que había permanecido arriano, procuró que abrazara de nuevo la herejía, valiéndose, ya de premios, ya de amenazas. Y como él respondiese que habiendo conocido la verdadera fe quería perseverar en ella, airado su padre, le desposeyó de sus derechos a la corona, y le despojó de todos sus bienes. Y como ni así le hizo cambiar de propósito, le encerró en una estrecha prisión y le sujetó con una cadena el cuello y las manos. Entonces empezó el joven rey Hermenegildo a despreciar el reino terreno, y a desear con vehemencia el celestial. Postrado en el suelo, y atormentado por un cilicio, pedía al Dios omnipotente que le confortara, despreciando la gloria mundana con grandeza de alma, pues en la cárcel había conocido la nada de todo aquello de que le habían privado. [Lectio5] Llegada la festividad pascual, su pérfido padre le envió en medio del silencio de la noche a un obispo arriano, para que de su mano recibiera la comunión consagrada sacrílegamente, y así volviera a la gracia de su padre. Mas Hermenegildo, entregado ya a Dios, apenas se le acercó el obispo arriano, le reprendió como debía, rechazando con valor su perfidia, pues si bien estaba preso exteriormente, con todo permanecía seguro y conservaba toda la elevación de su alma. Después que el obispo hubo vuelto donde Leovigildo, enfurecido este rey arriano, envió unos soldados a dar muerte al valerosísimo confesor de Cristo en su prisión; lo cual así fue ejecutado. En efecto, entrando allí los soldados, le partieron la cabeza de un hachazo; pero al quitarle la vida del cuerpo consiguieron quitarle sólo lo que el héroe santo había despreciado. A fin de demostrar la gloria de que gozaba, no faltaron prodigios sobrenaturales, ya que en el mismo silencio de la noche empezaron a oírse cantos junto al cuerpo de aquel mártir, tanto más verdadero Rey por verdadero Mártir. [Lectio6] Algunos afirman que en la oscuridad de la noche aparecían allí lámparas encendidas. Su cuerpo comenzó a ser venerado merecidamente por todos los fieles como el de un Mártir. Mas el padre pérfido y parricida, movido a penitencia, se arrepintió del crimen contra su hijo, pero no hasta el punto de merecer el perdón. Pues conoció que la fe católica era la verdadera, pero le detuvo el temor que le inspiraba su pueblo y no se convirtió. Acometido por una gravísima enfermedad que le condujo a la muerte, recomendó al obispo Leandro, a quien antes había contristado mucho, su hijo Recaredo, que dejaba en el arrianismo, a fin de que con sus exhortaciones repitiera con él lo que había hecho con su hermano. Hecha esta recomendación, expiró. Tras la muerte de Leovigildo, el rey Recaredo, siguiendo el ejemplo, no de su pérfido padre, sino de su hermano mártir, se convirtió de la herejía arriana, condujo a la verdadera fe a toda la nación de los visigodos, y no quiso recibir bajo sus estandartes, en todo su reino, a nadie que no temiera constituirse en enemigo de Dios al permanecer en la herejía. No es de admirar se convirtiera en predicador de la verdadera fe el hermano de un Mártir; los méritos de éste debían ayudarle a conducir a muchas almas al seno de la Iglesia del Dios omnipotente. [Lectio94] Del Libro de los Diálogos de San Gregorio, Papa. !Libro 3, capítulo 31. El rey Hermenegildo, hijo de Leovigildo, rey de los visigodos, se convirtió de la herejía arriana a la fe católica por la predicación del venerable obispo de Sevilla, Leandro, con el cual me une una antigua y estrecha amistad. Su padre, que había permanecido arriano, procuró que abrazara de nuevo la herejía, valiéndose de premios y amenazas. Y como él respondiese con gran constancia que habiendo conocido la verdadera fe quería perseverar en ella, airado su padre, le desposeyó de sus derechos a la corona, y le despojó de todos sus bienes y lo encerró bajo estricta guardia, con su cuello y manos encadenadas. Y así Hermenegildo comenzó a despreciar el reino de la tierra y a buscar ansiosamente el reino de los cielos. Acostado y vestido de cilicio, oraba a Dios Todopoderoso para pedirle fuerza. En la Pascua, su traidor padre le envió un obispo arriano en medio de la noche, para que Hermenegildo recibiera una comunión consagrada sacrílega de manos de este obispo y así obtener el favor de su padre. Pero, como un hombre dedicado a Dios, dio al obispo arriano la reprimenda que merecía y rechazó su oferta traidora con indignación. Cuando el obispo regresó, el padre arriano de Hermenegildo se enfureció y de inmediato envió a sus siervos, quienes mataron a este fiel Confesor de Dios donde yacía preso. &teDeum [Hymnus Laudes_] v. Con ningún halago logra seducirte tu padre, ni las comodidades de una vida rica, ni el brillo del dinero, ni la ambición del mando te cautivan. _ No te atemoriza el filo de la espada, cuando cruel te amenaza, ni el furor del verdugo, cuando te mata: pues prefieres a los caducos los goces duraderos del cielo. _ Ahora, desde el trono del cielo, protégenos con tu clemencia, y acoge benigno nuestras súplicas, mientras celebramos la palma que alcanzaste con tu martirio. _ Honor perpetuo sea dado al Padre Señor del universo, y que los labios de los que oramos ensalcen al Hijo, y glorifiquen con excelsas alabanzas al Espíritu divino. Amén.