[Officium] S. Ignatii Episcopi et Martyris [Name] Ignacio [Lectio4] Del Libro de San Jerónimo, Presbítero. Sobre los Escritores Eclesiásticos, !cap. 16. Ignacio, tercer obispo de Antioquía después del apóstol San Pedro, condenado a las fieras en la persecución de Trajano, fue enviado prisionero a Roma. El navio abordó en Esmirna, de donde era obispo Policarpo, discípulo de San Juan. Allí escribió una carta a los de Efeso, otra a los Magnesianos, la tercera a los de Tales, y la cuarta a los Romanos. Al partir de allí, escribió a los de Filadelfia, a los de Esmirna, y a Policarpo, encomendándole la Iglesia de Antioquía. En esta última carta da, respecto a la persona de Cristo, un testimonio que es una confirmación del Evangelio que he traducido recientemente. [Lectio5] Es justo, pues hemos hecho mención de un varón tan preclaro y de la Epístola que escribió a los Romanos, citar algo de ella. “Desde Siria hasta Roma, dice, combato entre bestias, por mar y por tierra, atado de día y de noche con diez leopardos, esto es, los soldados que me guardan, los cuales cuanto más bien les hago se tornan peores. Su iniquidad me sirve de lección, mas no por esto estoy justificado. Ojalá gozara de las bestias, que ya me están preparadas, a las cuales ruego que sean muy prontas en darme la muerte y en atormentarme; por esto las halagaré para que me devoren, no sea que, como a otros mártires, no se atrevan a tocar mi cuerpo. Por lo cual si no quisieren venir, yo las acuciaré, las excitaré a devorarme. Perdonadme, hijos, que bien sé lo que me conviene”. [Lectio6] “Ahora empiezo a ser discípulo de Cristo, no deseando nada de las cosas visibles, a fin de hallar a Jesucristo. Vengan a mí el fuego, la cruz, las bestias, el quebrantamiento de los huesos, la mutilación de los miembros, el magullamiento del cuerpo, y todos los tormentos del espíritu maligno, con tal que goce de Cristo”. Cuando fue condenado, al oír los rugidos de los leones, deseando padecer, exclamó: “Soy trigo de Cristo; seré molido por los dientes de las bestias para convertirme en el pan blanco de Cristo”. Sufrió el martirio en el año 11º de Trajano. Las reliquias de su cuerpo descansan en Antioquía en el cementerio situado fuera de la puerta Dafnítica. [Lectio94] Ignacio, segundo sucesor de S. Pedro en Antioquía, fue acusado de cristiano en el reinado de Trajano y condenado a las bestias en Roma. Trayéndole desde Siria encadenado, fue enseñando a su paso por todas las ciudades de Asia, exhortándolos cual heraldo del Evangelio, e instruyendo a los distantes con cartas. En una de ellas, escritas a los de Esmirna, en compañía de Policarpo, dijo acerca sobre su sentencia: “¡Oh bestias útiles que se preparan para mí! ¿Cuándo vendrán? ¿Cuándo serán enviadas? ¿Cuándo se les permitirá devorar mi carne? Espero que se hagan más feroces, no sea que, como ha sucedido en el caso de otros, puedan temer tocar mi cuerpo. Estoy comenzando a ser el discípulo de Cristo. Deja que el fuego, las cruces, las bestias, el desgarro de mis extremidades, el tormento de mi cuerpo y todos los sufrimientos preparados por el arte del diablo caigan sobre mí todos de una vez, si tan solo así puedo alcanzar a Jesucristo”. Cuando llegó a Roma, oyendo a los leones y, lleno de deseos de martirio, estalló: “Yo soy el trigo de Cristo; déjame ser molido junto a los dientes de las bestias para que me encuentren pan puro”. Sufrió el martirio en el 11º año del reinado de Trajano. &teDeum [Lectio7] Santo Evangelio según San Juan !Jn 12:24-26 En aquel tiempo: Dijo Jesús a sus discípulos: En verdad, en verdad os digo, que si el grano de trigo, después de echado en tierra, no muere, queda infecundo. Y lo que sigue. _ Homilía de San Agustín, Obispo. !Tratado 51, sobre San Juan, después del medio. El Señor Jesús era este grano que debía morir y multiplicarse; morir víctima de la infidelidad de los judíos, y multiplicarse por la fe de los pueblos. Pues bien, exhortando a seguir las huellas de su pasión, dijo: “Quien ama su alma, la perderá”. Estas palabras pueden entenderse de dos maneras. “Quien ama su alma, la perderá”; es decir: Si la amas, piérdela. Si deseas conservar la vida en Cristo, no temas morir por Cristo. O también: “Quien ama su alma, la perderá”; no la ames por miedo de perderla; no la ames en esta vida, a fin de que no la pierdas en la vida eterna. [Lectio8] La última explicación parece que se amolda mejor al sentido del Evangelio. Porque en él leemos a continuación: “y quien aborrece su alma en este mundo, para vida eterna la guarda”. Pues, cuando se dice más arriba: “El que ama su alma”, debe entenderse: “en este mundo”. Este seguramente la perderá; pero el que la aborrece en este mundo, la guarda para la vida eterna. Grande y asombrosa sentencia, esto es, que el hombre tiene por su alma un amor que es causa de su pérdida, y un odio que impide que se pierda. Si la amáis mal, la odiáis; si la odiáis bien, la amáis. Dichosos los que la odiáis para guardarla, por miedo de perderla amándola. [Lectio9] Pero guárdate de que se insinúe en ti la idea del suicidio, comprendiendo así el deber de odiar tu alma en este mundo; ciertos hombres malos y perversos, crueles e impíos, homicidas de sí mismos, se echen a las llamas, se ahogan, se tiran de lo alto, y perecen. Esto no lo enseñó Jesucristo; al contrario, aun al diablo, que le proponía tirarse de lo alto del Templo, le dijo: “Vete, Satanás, porque escrito está: No tentarás al Señor tu Dios”. Del mismo modo, el Señor dijo a Pedro, indicando el género de muerte con que debía glorificar a Dios: “Cuando eras mozo, te ceñías e ibas adonde querías; mas cuando ya fueres viejo, extenderás tus manos y te llevará otro adonde tú no quieras”. Palabras que nos enseñan claramente que quien sigue a Jesucristo, no debe darse la muerte, sino recibirla de otro. &teDeum