[Officium] S. Martinæ Virginis et Martyris [Name] Martina [Hymnus Matutinum] v. A la Martina célebre cantad, hijos de Roma: decid su ilustre mérito, su virginal aroma; la palma que entre mártires gloriosa conquistó. _ La hija de los cónsules, criada entre delicias, en casa rica, espléndida, colmada de caricias, fausto, regalos, séquito, por Cristo despreció. _ A Cristo, Rey altísimo, consagra su belleza, dando con mano pródiga al pobre su riqueza, buscando entre los ángeles eterno galardón. _ No se abate su ánimo con penas y tormentos, espadas agudísimas, garfios, uñas, fragmentos: recrea manjar célico su alma en la prision. _ A las fieras en público anfiteatro expuesta, mira al león que plácido a sus pies se recuesta: mas el verdugo bárbaro le siega la cerviz. _ Virgen y mártir ínclita, a Ti la Iglesia canta; y mientras odorífero incienso se levanta, de Roma oye las súplicas, con tu auspicio feliz. _ ¡Oh Señor! Que a tus mártires das la victoria y palma, del mundo las imágenes no seduzcan nuestra alma; mas de tu gloria espléndida la alumbre el resplandor. Amén. [Lectio4] Martina, virgen romana, nacida de ilustre linaje, huérfana en tierna edad, e inflamada en los ardores de la piedad cristiana, distribuyó sus cuantiosas riquezas a los pobres. Habiéndosele mandado, en tiempo del príncipe Alejandro, que adorase a los falsos dioses, rechazó este crimen abominable. Por lo cual, después de ser azotada una y otra vez, maltratada con uñas de hierro y trozos de tiestos, despedazados sus miembros con agudas espadas, y untada con grasa hirviendo, fue por último condenada a las bestias en el anfiteatro. Y habiendo salido ilesa por la intervención milagrosa del cielo, fue arrojada a una ardiente hoguera, de la que salió sin lesión alguna. [Lectio5] Algunos verdugos, sorprendidos por el milagro, y movidos por la gracia de Dios, abrazaron la fe de Jesucristo, y tras muchos tormentos merecieron la palma del martirio, siendo decapitados. A ruegos de la Santa, se produjeron terremotos, cayeron rayos entre un fragor de truenos, los templos de los dioses se desplomaron, siendo sus imágenes pasto de las llamas. De las heridas de Martina salió leche con sangre, y un resplandor y olor suavísimo se desprendieron de su cuerpo. A veces se la vio elevándose y tomar parte con los moradores del cielo en las divinas alabanzas, sentada en trono real. [Lectio6] Enojado el juez por estos prodigios, y por su constancia, mandó que la decapitasen. Cumplida esta orden, se oyó una voz que la llamaba al cielo, y toda la ciudad se estremeció, y muchos idólatras se convirtieron a la fe de Jesucristo. El cuerpo de Santa Martina, martirizada en tiempo del papa San Urbano I, fue hallado bajo el pontificado de Urbano VIII junto al de los santos mártires Concordio, Epifanio y sus compañeros en una iglesia, cerca de la prisión Mamertina, del monte Capitolino. Esta iglesia fue reconstruida y ornamentada bajo un nuevo plan, y recibió el cuerpo de la Santa, depositado allí en presencia de un gran concurso del pueblo, con gran alegría de toda la ciudad. [Lectio94] Martina, virgen romana de una familia ilustre, huérfana desde joven, distribuyó su vasta fortuna a los pobres. Bajo el emperador Alejandro, se le ordenó sacrificar a los dioses, negándose a cometer este crimen. Fue sometida a muchos tipos de torturas y, finalmente, condenada a las bestias en el anfiteatro, quedó ilesa por protección divina. Luego la arrojaron a un horno ardiente, y de nuevo se conservó ilesa. Algunos de sus atormentadores movidos por este milagro abrazaron la fe de Cristo y recibieron la corona del martirio. Por las oraciones de Martina, Dios hizo muchas maravillas. Enfurecido por esto y confundido por la constancia de la Virgen, el juez ordenó su decapitación. Todo sucedió durante el papado de San Urbano I. Bajo Urbano VIII, su cuerpo fue encontrado en la antigua iglesia que lleva su nombre en la prisión de Mamertiae junto al de los santos mártires Concordio, Epifanio y sus compañeros. Restaurada la iglesia, fue sepultada solemnemente, en medio del regocijo de toda la ciudad. &teDeum [Hymnus Laudes] v. Guarda ¡oh Martina! incólume tu suelo generoso: en los cristianos términos da la paz y reposo: relega el furor bélico de Tracia hasta el confín. _ Y uniendo los ejércitos bajo la sacra enseña de la Cruz, a sus príncipes en la conquista empeña del sepulcro santísimo, ganándolo por fin. _ Tú nuestra gloria, y sólido sostén de la esperanza: atiende a nuestras súplicas, recibe la alabanza que con voces de júbilo canta Roma en tu honor. _ ¡Oh Señor! Que a tus mártires das la victoria y palma, del mundo las imágenes no seduzcan nuestra alma; mas de tu gloria espléndida la alumbre el resplandor. Amén.