17 de julio _ San Alejo, Confesor de la Fe Sd. - Blanco En Roma, san Alejo, Confesor, hijo del Senador Eufemiano, el cual la primera noche de sus bodas, dejando intacta a su esposa, se retiró de su casa, y después de una larga peregrinación volvió a Roma, donde, engañando al mundo con una nueva invención, estuvo desconocido por espacio de diecisiete años, hospedado como pobre en casa de sus padres; pero después de muerto y conocido por una voz que se oyó por las Iglesias de Roma, y por un papel escrito de su mano, fue trasladado con solemne pompa, en tiempo del Papa Inocencio I, a la Iglesia de san Bonifacio, donde resplandeció con muchos milagros. † a principios del siglo V. Patrono de los mendigos; peregrinos; viajeros; enfermeros; fabricantes de cintos y cinturones. San Alejo dejó a su esposa el mismo día de su casamiento y se retiró a la ciudad de Édesa, donde distribuyó sus bienes entre los pobres y mendigó por espacio de 17 años, hasta que sus milagros lo dieron a conocer. Embarcóse entonces para Sicilia; pero una tempestad lo arrojó al puerto de Ostia. Recibido como extraño en la casa de su padre, vivió en ella 17 años, desconocido de todos, sufriendo las afrentas de sus propios sirvientes, y oyendo a toda hora los lamentos con que lo recordaban sus padres y su esposa. Una esquela que se encontró con él después de su muerte, dio a conocer su nombre y la historia de su vida. Murió en los comienzos del siglo V. En España: El Triunfo de la Santa Cruz Alfonso VIII de Castilla, queriendo asestar un golpe decisivo a los moros, reunió fuerzas de todo su reino y pidió refuerzos a los reyes de Aragón y de Navarra, e indulgencias al Papa Inocencio III. Tomó a Calatrava; rindiose también Alarcos, adonde vino a agregársele el rey navarro con sus huestes. El moro se aprestaba en Jaén para el ataque; pero entre tanto, la caballería cristiana habla ya ocupado las alturas, y el grueso del ejército acampaba en la meseta de las Navas de Tolosa. Entraron por fin en refriega, no sin prepararse antes con una sincera confesión de sus culpas y la recepción del Cuerpo de Cristo; y recibida la bendición del arzobispo D. Rodrigo, entraron en reñida lid. Pero al fin los moros aflojaron, sufriendo una sangrienta derrota, y saliendo victoriosos los cristianos, merced a la protección del cielo, pues, la Santa Cruz se les vino a aparecer en los aires en el momento más álgido, prestando brios a los ejércitos cristianos. La imagen de la Virgen María, bordada en el estandarte regio, amedrentó también al moro, y el mismo san isidro labrador acudió a alentar al monarca castellano en el trance más apurado. En Cartago, el tránsito de los santos Mártires Escilitanos Esperado, Narzal, Citino, Veturio, Félix, Acilino, Letancio, Jenara, Generosa, Vestina, Donata y Segunda; los cuales, por orden del Prefecto Saturnino, después de su primera confesión de la fe, fueron encarcelados, clavados en maderos y por fin degollados. Las reliquias de san Esperado, junto con los huesos de san Cipriano y la cabeza de san Pantaleón Martir, fueron trasladadas de África a Lyon de Francia, y colocadas religiosamente en la Basílica de san Juan Bautista. En Amastris de Paflagonia, san Jacinto, Mártir, el cual, habiendo padecido, de orden del Prefecto Castricio, muchos tormentos, murió en una cárcel. En Tívoli, san Generoso, Mártir. En Constantinopla, santa Teódota, Mártir, en tiempo de León Iconoclasta. En Roma, el tránsito de san León IV, Papa. En Pavía, san Ennodio, Obispo y Confesor. En Auxerre, san Teodosio, Obispo. En Milán, santa Marcelina, Virgen, hermana de san Ambrosio Obispo; la cual en Roma, en la Iglesia de san Pedro, recibió el sagrado velo de mano del Papa Liberio; de su santidad da testimonio en sus escritos el mismo san Ambrosio. En Venecia, la Traslación de santa Marina, Virgen.